25 abril, 2024

Pocas guerras en la historia han contado con el simbolismo épico y trascendental de lo que supone una victoria en el campo de batalla. Nuestra cultura occidental se ha servido de las guerras médicas, como una especie de infranqueable muralla que protegió nuestro propio destino como occidentales. Ya, en época moderna países europeos, como la propia España, con el fin de infundir ánimos de victoria, compararon a los ejércitos de Napoleón con los ejércitos del rey persa Darío. La maratón, carrera épica por excelencia en las citas olímpicas, tiene su origen en las leyendas de la gran victoria de los atenienses ante los persas en dicha playa griega.

Debemos reconocer que valorar el conflicto desde su justa medida es realmente complejo. Las fuentes antiguas que nos lo han relatado son casi en su totalidad las del vencedor griego. Pero si alguna vez, como occidentales, hemos tenido la tentación de pensar que aquello fue un acto propagandístico. Solo necesitamos mirar el mapa del momento, para comprender que no está tan alejado pensar la típica frase de que “el ratón se comió al león”.

Mapa del imperio persa aqueménida.
Mapa del imperio persa aqueménida.

Los persas aqueménidas.

Darío I (521-486 a. C.) heredó un vasto imperio de más de 3 millones de km2. Desde la India al norte de África, los grandes imperios de la antigüedad habían sido sometidos al yugo persa. Egipto, el creciente fértil, o Asia Menor contenían infinidad de pueblos con enormes diferencias culturales y étnicas muy difíciles de integrar. Ese fue el principal motivo que llevó a Darío I a la construcción de la gran Persépolis. Un lugar que debía mostrar la inmensidad del mayor poder político que había conocido oriente.

A través de un notable aparato burocrático los impuestos llegaban a Persépolis para su engrandecimiento. Hasta 29 satrapías, especie de provincias administrativas, se han contabilizado a lo largo del Imperio Persa. Al frente de las mismas se colocaba la figura del sátrapa, que ejercía como una especie de rey territorial. Junto al mismo no faltaba la figura del secretario real, con la clara labor de contralar las decisiones del sátrapa. Una de las principales labores de la cancillería del sátrapa era el reclutamiento y mantenimiento de un ejército que aportará al rey de reyes, en este caso Darío I, la fuerza necesaria para seguir conquistando el mundo. Y ahora le tocaba el turno a Grecia.

Persépolis
Persépolis

En encuentro entre griegos y persas tuvo lugar en la Península de Anatolia. Los griegos llevaban allí desde antes de comenzar el último milenio a. C. Desde las postrimerías de mundo micénico, los griegos habían fundado ciudades que volcaban al mar Egeo. Esmirna, Éfeso, Mileto, o las islas de Samos y Lesbos eran bastiones comerciales griegos en el siglo VI a. C.

Desde los anteriores reinados de Ciro el Grande (559-530 a. C), y Cambiases II (530-523 a. C.), todas estas pequeñas ciudades estado griegas vivían bajo una especie de paraguas administrativo persa. Aunque todas contaban con una cierta autonomía, los impuestos ya habían comenzado e emigrar rumbo al corazón de Persia. La llegada de la política expansionista de Darío I llevó profundos cambios a las ciudades griegas. Unas ciudades que vivían en aquellos momentos una catarsis hacia una administración más democrática, que podía verse sesgada con la llegada del tiránico poder del imperio persa.

Los persas pisan Europa.

Hasta el reinado de Darío I, los encuentros habían sido esporádicos y el control persa sobre las ciudades griegas de Asia Menor se basaba más bien en un control económico de las mismas. El continente seguía ajeno a la presencia de los ejércitos persas, pero todo estaba a punto de cambiar.

Sobre el año 514 a. C. Darío I llega a Europa. El motivo fue ir al encuentro del pueblo escita. Los experimentados jinetes de las estepas se habían convertido en uno de los principales problemas de los persas. Los mares interiores (Caspio y Negro), hacían de frontera, pero entre ambos las montañas caucásicas se convirtieron en un coladero para los saqueos escitas.

El rey persa Darío I
El rey persa Darío I

Darío I decide atacarlos para acabar con las campañas del pueblo escita. Desconocemos, al ser un pueblo de base nómada, la ubicación de su capital, pero si sabemos, gracias a Heródoto, que el contingente persa con muchos griegos en sus filas pasó por Dardanelos en dirección a Europa. Conocemos también, que los jinetes escitas repelieron el ataque y que Darío I se retiró a Persia, no sin antes dejar en Europa a uno de sus mejores hombres. Su lugarteniente Megabazo que afianzó la soberanía sobre Tracia y sometió a vasallaje a los macedonios. La amenaza sobre la Grecia Continental era demasiado real.

Aristágoras el rebelde jonio, que dio origen a las guerras médicas.

No trasladamos a la Mileto de finales del siglo VI a. C. Una de aquellas ciudades estado griegas sometidas al yugo persa. Una ciudad que décadas antes había visto nacer a Tales, uno de los padres de la filosofía griega. Sus cuatro puertos al mar Egeo le habían convertido en uno de los emporios más importantes del mediterráneo, y en una de las ciudades más ricas culturalmente. Evidentemente Darío I se fijó en ella, sabía que su control era primordial para conquistar Europa y allí fijo su flota imperial.

Teatro griego de Mileto. En tiempos romanos, llegó a los 25.000 espectadores.
Teatro griego de Mileto. En tiempos romanos, llegó a los 25.000 espectadores.

MIleto estaba bajo el mando de avaricioso tirano Histiteo. Este había sido uno de los principales apoyos de Darío I en su reciente campaña contra los escitas. Al parecer, sus acciones posibilitaron la salida del ejército persa tras su derrota al norte del Mar Negro. El premio para Histiteo no se hizo esperar, recibió la región tracia de Mircinos, rica en plata y bosques, el sueño dorado de los griegos para la construcción de una flota con la cual dominar comercialmente el Mediterráneo. Como guinda del pastel, Darío I le ofreció un puesto de honor como consejero real en los asuntos griegos.

Le sucedió en el puesto de tirano de Mileto su sobrino Aristágoras, sin duda uno de los personajes más extraños de esta historia.  El nuevo tirano tenía ante sí un doble problema; por un lado, congratular al Imperio Persa, y por otro, contentar a los propios ciudadanos de Mileto, cada vez más firmes en los ideales democráticos que emanaban de la capital del mundo griego, Atenas.

Pero lo primero que hizo iban en contra de todas las reglas democráticas. La isla de Naxos vivía unos tiempos convulsos, los aires democráticos habían calado hondo en la ciudadanía, y la aristocracia pidió ayuda a Mileto. Aristágoras no dudó en dársela. Pidió permiso al sátrapa de Lidia, Artafernes, hermano del rey persa Darío I para invadir la isla. Una victoria daría mayor supremacía de Mileto y, por ende, a Persia le reportaría una base desde donde poder atacar al mismísimo corazón de Grecia.

Afortunadamente para los griegos aquella aventura acabó en un monumental fracaso. Un destacamento persa se dirigió a Mileto para destituir a Aristágoras. Pero no hizo falta, se fue el mismo. En un rocambolesco cambió de destino, el milesio apareció como el más firme defensor de la recién nacida democracia griega. Su acto levantó al resto de ciudades griegas de Asia Menor, las democracias se fueron imponiendo y los tiranos que pudieron escapar de las garras del pueblo se refugiaron en la corte de Sardes, la capital de la satrapía de Lidia. Solo el gran imperio persa, su gran enemigo, podía defenderles de su propio pueblo.

Aristágoras lo tuvo fácil para conseguir el apoyo de los jonios. Comenzó a viajar por todas las ciudades jonias sometidas a una terrible asfixia económica. Persia había dado el control marítimo del mediterráneo oriental a los fenicios, rivales económicos de los griegos. Uno de los principales ejemplos lo encontramos en Naucratis, ciudad griega del norte de África, que desde dos décadas antes y bajo el reinado de Cambiases II se había incorporado a la órbita comercial fenicia.

Mapa de la satrapía de Lidia, durante el dominio persa.
Mapa de la satrapía de Lidia, durante el dominio persa.

Por si no fuera suficiente el tema económico, estaba también el social. La nominación persa atentaba directamente contra la nueva forma de ver el mundo de los griegos. Unos hombres y mujeres que querían debatir sobre los asuntos más importantes de la comunidad y no esperar a que las decisiones las tomará un monarca, con una lengua, cultura, y religión diferente, además, poco presto a escuchar a sus súbditos. Sin duda el mensaje que llevaba Aristágoras caló rápidamente entre los jonios.

La guerra abierta entre jonios y persas.

Aristágoras acababa de incendiar el mundo de los griegos. ¿Era consciente del enorme reto al que había lanzado a occidente? Lo cierto es que no miró atrás, no pensaba en defenderse, su propósito atacar la ciudad de Sardes, para acabar con la oligarquía griega. Ahora fiel compañera de camino de los persas aqueménidas.

Pero no podía hacerlo solo. En el invierno del año 499 a. C. consiguió armar un barco de guerra, al que puso rumbo a la Grecia Continental. En Esparta fue recibido con enorme frialdad por el rey Cleómenes, que señalo a Aristágoras de extranjero. Nada les unía y no existían motivos para acudir en su ayuda. El rey de Esparta no quería ni oír hablar de pacto entre los griegos. Atenas seguía siendo su mayor rival y Cleómenes no estaba dispuesto a compartir el campo de batalla hombro con hombro con un ateniense. Es más, astutamente conocía que Atenas acudiría sin pensarlo en la defensa de sus intereses, y eso la debilitaría militarmente.

Dicho y hecho. Aristágoras no encontró mucha oposición en Atenas.

En la primavera del año 498 a. C. 20 navíos de guerra atenienses partieron de la capital del mundo griego. Pocos días después a la expedición se unen cinco barcos más procedentes de Eretria.  Juntos desembarcan en Mileto, desde donde parten, junto al batallón hoplita reclutado entre las ciudades jonias, dirección a Sardes. Tras traspasar las montañas que rodean la ciudad la toman por sorpresa. Artafanes, sátrapa de Lidia, fue obligado a refugiase en la acrópolis para salvar su vida, mientras los griegos incendiaban y saqueaban la ciudad de Sardes.

Recreación de un trirreme griego, el verdadero protagonista de las guerras en el Egeo
Recreación de un trirreme griego, el verdadero protagonista de las guerras en el Egeo

Las noticias llegan a Atenas que jubilosa festeja la noticia. Unos atenienses ajenos a las repercusiones que aquella victoria iba a traer al mundo griego. Pocas semanas después una imagen les daría pie a comprender su error. La flota ateniense desembarca en Atenas, totalmente diezmada al ser sorprendida en la vuelta de Sardes a Mileto por los jinetes persas. Atenas se acababa de dar cuenta de su error y retiro su ayuda a los jonios, evidentemente aquella decisión llegaba tarde.

Pero antes de atacar la Grecia continental, los persas debían acabar con la insurrección jonia. Está dos años después pasaba ya por sus horas más bajas. Aristágoras, sin apoyo continental, busca una solución. Viaja a Mircino, que recordemos que desde los tiempos de Histiteo era feudo continental de Mileto. Allí pensaba encontrar ayuda para incrementar su flota. Nadie le mostró su apoyo, el temor al rey persa, era mucho más intenso que cualquier lazo de dependencia. Aristágoras fue traicionado y asesinado. El hombre que había fomentado la lucha contra en gran imperio persa acababa de desaparecer.

Aun así, los jonios siguieron manteniendo su determinación de defender su libertad del yugo persa. La flota no era despreciable, 350 navíos se apostan en las cercanías de Mileto para defender el gran bastión jonio. Enfrente de ellos 600 barcos persas esperaban su oportunidad. Una nueva traición, en este caso de Samos, acabó con la vida de numerosos jonios y milesios, que murieron de hambre esperado unos víveres prometidos que nunca llegaron. Ya nada pudo impedir la llegada de Artafanes a Mileto. La venganza fue terrible. Hombres masacrados, mujeres violadas, y miles de esclavos viajando rumbo a Persia en carros repletos de tesoros de la joya del mundo jonio.

El mundo griego quedó al borde del abismo y más separado que nunca, enfrente aparecía el Imperio Persa, un enorme gigante que amenazaba con acabar con la cultura occidental. Pero a veces los gigantes tienen los pies de barro.

Lecturas recomendadas:

Mas info:

Historia Universal II: el mundo griego, Pilar Fernández Uriel, Ed. Uned, 2007

Fuego persa, Tom Holland, Editorial Planeta, 2010

Imagenes:

Wikimedia Commons

 

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