19 marzo, 2024

Año 568. El reino visigodo de Toledo está sumido en una profunda crisis social, económica y política. El rey Atanagildo había fallecido sin dejar un heredero claro. Mientras, su esposa Gosvinta quedaba viuda y al frente de una de las facciones godas más importantes del estado visigodo. Pero claro… una mujer no puede quedar al frente del mismo, hay que buscar un rey. Corren vientos de guerra civil. Tras cinco meses de deliberaciones nobiliarias, la nobleza guerrera goda elige un sucesor. El cargo recaería en el brillante Liuva, un conde de la Septimania que, con mano firme, y determinación, había mantenido intacta la frontera norte del reino ante el empuje de los francos.

La primera decisión del nuevo rey fue mandar a Toledo a su hermano Leovigildo, para que se hiciera cargo de Hispania y de Gosvinta. Una Hispania que los romanos habían dejado huérfana y al amparo de los pueblos que rompieron el limes germánico, en aquella noche del 31 de diciembre del año 406. Desde entonces Hispania caminaba a la deriva. Cuando llegó Leovigildo muchas ciudades y regiones hispanas funcionaban de forma totalmente autónomas. Las más ricas, en manos de terratenientes hispanorromanos, impedían que los recursos económicos llegaran a las arcas del reino visigodo. Un reino que, por cierto, había perdido su tesoro real durante el asalto a Córdoba, la antigua capital de la Bética Romana.

Leovigildo lo tenía lo claro. Los reinos solo podían crecer y consolidarse a través de las armas, y él era un guerrero, el mejor caudillo que los visigodos habían conocido en su historia reciente. Primero acabó con gran parte de la oposición interna, muchas de las facciones nobiliarias que se oponían a su poder fueron desapareciendo. Tras liberar el camino llegó el tiempo de las conquistas: la Orospeda, Corduba, vascones, cántabros, Sabaria, astures, suevos; como dicen los matemáticos, el orden no altera el producto. Solo dejó para el lucimiento de sus sucesores la provincia bizantino-romana de Spaniae.

La Península Ibérica antes de Leovigildo.
La Península Ibérica antes de Leovigildo.

En verano la espada y en invierno la pluma, en eso consistió el reinado de Leovigildo. Un reino se consigue y se consolida con la espada que da los recursos económicos necesarios para formar un estado. Pero solo se mantiene con la pluma. Leovigildo legisló para crear una cohesión interna, permitir el matrimonio entre godos e hispanorromanos fue su gran legado. Además, Leovigildo creo las estructuras político-administrativas necesarias para fortalecer la institución monárquica, y de paso restar poder a la peligrosa nobleza goda. El ejemplo lo tenía bien cerca, la provincia de Spaniae. Leovigildo no solo soñó un reino, Leovigildo apuntaba más alto, Leovigildo quería un Imperio.

Estaréis conmigo, la historia Leovigildo es una historia que necesita ser contada.

El Dios que habita la espada.

El pasado 25 de marzo se hacía público el ganador de la IV Edición de los Premios de Narrativas Históricas de la Editorial Edhasa. Un premio que con solo cuatro ediciones ha ido adquiriendo un gran prestigio entre los lectores de novela histórica. La novela premiada fue El Dios que habita la espada, de José Soto Chica.

¿Qué queréis que os diga? Para cualquier apasionado de la historia aquello tenía una pinta estupenda. Desde que, en 2010, Guillermo Galván publicará su “Sombras de mariposa”, han sido pocas, por no decir ninguna, las novelas históricas que abordaran el reinado de Leovigildo. Sí estoy equivocado, estaré plenamente agradecido de que me rectifiquen los lectores.

Pero lo que más atraía de esa novela era la firma que llevaba. José Soto Chica, el historiador granadino, es uno de los grandes especialistas de este país en ese periodo histórico, a mitad de camino ente la caída del Imperio Romano Occidental y la creación de los grandes reinos medievales de Occidente Europeo. Su Imperios y Barbaros, se ha convertido en poco tiempo en una de las obras de referencia de dicho periodo. Un periodo, por cierto, tan apasionante como desconocido, a pesar de la ingente labor de los historiadores de este país. Donde las fuentes históricas son realmente escasas, los apasionados de la historia necesitamos visualizar los hechos a través del prisma que ofrece el género literario de la novela histórica. Un género, que nunca se nos olvide, que tenemos que intentar leer con lupa. Por ese motivo fundamentalmente me atrajo la publicación de José Soto Chica.

José Soto Chica con su "Imperios y bárbaros"
José Soto Chica con su «Imperios y bárbaros»

Los que soléis leer las publicaciones de este blog, habréis visto que personalmente intenté, previamente a su lectura, poner la lupa sobre El Dios que habita la espada. Sí, porque el reinado de Leovigildo no se entiende sin conocer la figura de la reina Gosvinta.

En la relación entre Gosvinta y Leovigildo encontraremos la propia idiosincrasia del mundo visigodo. Familias y linajes enfrentados continuamente por el poder. Leovigildo tenía sus propias armas, su espada y su gran determinación para convertirse en emperador de Hispania. Gosvinta también tenía las suyas, inteligencia, perseverancia y una desmedida ambición. En la mente de aquellos dos personajes solo existía una cosa: poder, poder y poder. Su relación fue la quinta esencia del Morbus gothorum, como definió el obispo e historiador galo Gregorio de Tours aquella costumbre tan goda de cortar el cuello al que interfiera en tus planes. El “bueno” de Leovigildo debió pasar más miedo en la cama con Gosvinta, que en medio de cualquiera de las múltiples batallas a las que su ambición le invitó.

La Gosvinta de José Soto Chica está a la altura de las expectativas, en varios pasajes de la novela se vislumbra la fascinación del historiador granadino por esta figura esencial en la historia del pueblo visigodo. Últimamente, y también he dado cuenta en este blog, he disfrutado de las lecturas de diversos ensayos sobre las emperatrices romanas, recapitulando sobre ellos, me preguntó; ¿cuánto de Agripina la menor tuvo nuestra Gosvinta?

La batalla de Peña Amaya o Amaia.

La narración de Jose Soto Chica te transporta al periodo histórico de forma magistral. Como amante del género literario, y continuo aprendiz, la puesta en escena de lugares históricos de los que apenas tenemos cuatro inconexos datos, en una de las mayores dificultades del escritor de novela histórica. De José Soto Chica me esperaba sus magníficas descripciones de todos los aspectos relativos al mundo bizantino, o del Imperio Romano Oriental, como gusta hoy día, nombrar al Imperio de Constantinopla, no en vano en uno de los mayores expertos, no solo de España, sino que me atrevería a decir del mundo en lo relativo al mismo. Os aseguro que, con El Dios que habita la espada disfrutareis de una magnifica descripción del ceremonial bizantino, que Leovigildo incorporó al reino visigodo de Toledo.

De la misma forma que Constantinopla o Toledo, visitaremos otras de las antiguas ciudades dejadas por los romanos. La descripción del asedio a Híspalis es sensacional. Destacar también la visita a Corduba, la antigua capital de la Bética romana, y el lugar donde se inicia como guerrero godo, Valtario, el principal protagonista de la novela, sí, no es Leovigildo, luego os cuento… El puerto de Cartagho Spartaria, Tarraco, Arelate, las cortes de los reyes francos, y un sinfín de lugares que me estoy olvidando. Pero hay uno del que ni quiero, ni puedo olvidarme. Peña Amaya.

Entrada al castro de Peña Amaya.
Entrada al castro de Peña Amaya.

Lo visité hace tres años, era el final del verano y a última hora de la tarde. Es el típico lugar que aquellos a los que no les apasiona la historia, te dicen; “eso es un pedregal, no hay nada”.

Cierto no hay nada, o más bien algunos inconexos basamentos de las antiguas instalaciones de uno de los castros más importantes de la historia de los cántabros, pero es un lugar con una magia especial para soñar con la historia. En medio de aquella descomunal planicie que vigila la gran llanura castellana, hay una pequeña caseta donde me encontré al vigilante de la zona, este me explico que llevaban años esperado la intervención arqueológica del lugar. Señores de la Junta de Castilla León, háganlo ya por favor. Revivir aquel lugar conquistado por Leovigildo a los cántabros es uno de los mejores recuerdos que me deja esta lectura. No es nada fácil hacerlo, gracias José Soto Chica.

Valtario, el dios de la guerra.

El Dios que habita la espada es también una novela de profundos personajes. Junto a Leovigildo y Gosvinta destacan los dos hijos del rey visigodo; Hermenegildo y Recaredo, dos personajes fundamentales para la historia del pueblo visigodo y por lo tanto para la excelente trama de José Soto Chica. A todos ellos, los rescata el historiador granadino de las escasas fuentes históricas para darles vida propia. Evidentemente están bien acompañados; las princesas francas, monedas de cambio para mantener la paz entre bárbaros, como llamaban los romanos a visigodos y francos. Los narradores de la historia, las grandes fuentes para el conocimiento de periodo visigodo también pasan por las páginas de esta novela; Juan de Biclaro, Isidoro de Sevilla o su hermano Leandro.

San Isidoro de Sevilla
San Isidoro de Sevilla

Hay otra serie de personajes históricos, a los que hábilmente, José Soto Chica desliza por su narración para ir enamorándote de ellos. Como no, Millán es uno de ellos, el ermitaño que con su siglo a cuestas y sobre su mula dirige a Leovigildo a convertirse en el rey más poderoso de Hispania. Un papel tan corto como fascinante es el otorgado a Sigeberto, el rey franco casado con la hija de Gosvinta, Brunequilda. Cuando lo conozcáis, pensareis que no era tan duro ser un rey altomedieval. Pero el que realmente destaca y enamora línea tras línea es Baddo, una muchacha sin pasado, que de criada pasó a ser reina visigoda tras su matrimonio con Recaredo.

Pero para que todos ellos tuvieran cabida en El Dios que habita la espada había que encontrarles un nexo común, no podía ser otro que Valtario, el dios de la guerra, es el gran personaje de ficción nacido en la mente de José Soto Chica.

Aunque Valtario no es un personaje real, Valtario sí que es el héroe legendario que todos los pueblos necesitan. En el siglo X, un monje medieval germano escribió las hazañas de Whaltharius, durante el periodo de asentamiento visigodo en la Aquitania francesa en el siglo V.

El Valtario de José Soto Chica nace en una de las mayores derrotas que sufrieron los visigodos en Hispania. El día que el ejército de los terratenientes tardorromanos de Corduba, apoyados por tropas bizantinas, infringieron sobre las mojadas calles de la capital romana de la Bética tal dolorosa derrota, Valtario tenía trece años. Allí conoció lo terrible que era la guerra, allí perdió a su mejor amigo, el hijo del rey visigodo Agila, y allí eligió cual iba a ser hogar, la guerra. Un personaje hilado con hilos de sangre por José Soto Chica, os aseguro que me es muy difícil explicar con palabras, lo que el autor te hace sentir en la vorágine de una batalla a través de Valtario.

Grabado de Waltharius
Grabado de Waltharius

Sí Valtario es la guerra personificada, su esposa Lucila es el otro magistral personaje ficticio que el autor utiliza descaradamente con una finalidad; darnos la clave histórica de la consolidación del Reino Hispánico Visigodo. Lucila es la hija de un rico terrateniente tardorromano de Corduba, su unión con Valtario, el mejor guerrero visigodo, es metafóricamente el origen de la Hispania Visigoda. Hispania solo podía existir con la espada visigoda y los sólidos romanos. Cierto es que luego entraría en liza el aspecto más religioso, arrianos contra nicenos, pero este aspecto, si leemos en entre líneas la novela, pasó a un segundo plano.

No quiero cerrar este breve capítulo de los personajes sin dar mi único y pequeño tirón de orejas a José Soto Chica. Aunque dejando bien claro que él es el maestro y yo su más fiel alumno. ¿Era necesario hacer tan “malo” a Hermenegildo, para hacer tan “bueno” a Recaredo? 

Epílogo.

En el párrafo anterior daba una de las claves de esta novela. José Soto Chica es un historiador, y, además, aunque me vuelva a repetir, uno de los mejores de este país en el periodo visigodo.

El Dios que habita la espada es un más que una buena novela histórica que, si tenemos que encasillar la situaríamos a mitad de camino entre novela de aventuras, bélica y biográfica. La narrativa de José Soto Chica es fluida y en cierta medida electrizante y adictiva. No es una novela corta, pero las páginas pasan rápidamente en una continua búsqueda de respuestas.

Pero, además, como he dejado dicho, es una novela que hay que dedicarse a leer entre líneas, en ese lugar hallaréis excelentes lecciones de historia. Porque como dice en sus notas de autor, es un periodo histórico donde solo conocemos la superficie, motivo por el cual es muy difícil entender el proceso de consolidación del Reino Visigodo. Un proceso en el que intervienen muchos factores sociales, económicos, religioso y políticos. Un proceso, donde además del pueblo godo, intervinieron los hispanorromanos, los romanos orientales, los francos y una gran parte de los pueblos mediterráneos.

Gracias maestro, por esta magnífica ilustración sobre la vida de Leovigildo, Gosvinta, Hermenegildo o Recaredo. Gracias también por tu magnifica lección de historia poniendo orden a los factores nombrados. Pero, sobre todo, gracias, por tu Valtario. Un personaje que haces que sea tan o más real que los antes señalados, en definitiva, se llamara Valtario, o de otra forma, en la formación de Hispania tuvo que haber un hombre que empuñara la espada donde habitaba el Dios de la guerra.

El dios que habita la espada en Historioteca
El dios que habita la espada en Historioteca

3 comentarios en «Leovigildo, la espada que forjó la Hispania visigoda.»

  1. Me encanta la historia,fui un estudiante regular pero mis mejores notas fueron en historia, sigo leyendo mucho.

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