19 marzo, 2024

La segunda mitad del siglo II a. C. La ciudad de Roma se convirtió en escenario de una sucia batalla entre las dos principales opciones políticas de la aristocracia romana. Antes de continuar, a este articulo le podemos acuñar la célebre frase de “cualquier parecido con la “actualidad” es pura casualidad”, o no. Solo un inciso antes de atrevernos a compararla, en la República de Roma solo accedían a la política las clases más pudientes.

En la Roma del siglo II a. C. existían dos partidos políticos que luchaban por el control de los órganos de gobierno de la República. Por un lado, los optimates (los principales), convertidos en guardianes de las tradiciones romanas, ante el avance de las diferentes costumbres de los pueblos recién conquistados. Para tal menester se apoyaban en el control del Senado, al que protegían ante cualquier intento de cambiar las normas establecidas.

Frente a ellos surgió un partido de nuevo cuño, que buscó el apoyo del pueblo de Roma. De ahí surgió incluso su nombre; los Populares, (del pueblo). Su principal propósito ampliar el Senado Romano para dar mayor cobertura a las necesidades de la Plebe de Roma. También propugnaban el acercamiento de los pueblos latinos conquistados por la Republica, a los derechos y obligaciones de cualquier ciudadano de la capital romana. A pesar de los que podemos creer, estos últimos les costó mucho ganarse a la Plebe, en definitiva, los “beneficiosos” contactos del pueblo con los Optimates eran difíciles de contrarrestar.

El clima económico de la ciudad de Roma, y por ende de los territorios conquistados por la República, sin duda favorecía este grado de confrontación. Las guerras en Hispania, los últimos coletazos del enfrentamiento con Cartago, los problemas con los galos, o la sublevación de los esclavos de Sicilia, habían dejado los ejércitos diezmados y las arcas romanas cercanas a la bancarrota. Las depreciaciones de la moneda fueron constantes. Con la evidente consecuencia del aumento de las diferencias sociales, y el empobrecimiento generalizado de las capas inferiores.

Tiberio Sempronio Graco.

El favorito del pueblo, nació en torno al año 164 a. C. en el seno de una de las familias más poderosas de Roma, Su padre, del mismo nombre, fue uno de los mejores generales que conoció la conquista romana de Hispania. Su madre, Cornelia, era hija de Escipión el Africano. El joven Tiberio estudió en Roma, al lado de personajes que fueron gestando su personalidad. Se imbuyó del estoicismo (filosofía que rechaza los bienes materiales, para hallar la felicidad), con Blosio de Cumas. Además, estudió retórica con el gran maestro Diófanes de Mitilene, asignatura imprescindible para conectar con el público.

os hermanos Graco, Mueso de Orsay (París)
Los hermanos Graco, Mueso de Orsay (París)

En el año 137 a. C. presenció en Hispania, el desastre de Hostilio Mancino contra los celtíberos. Se cuenta que a su vuelta conoció los terribles problemas del campesinado. Sin ir más lejos en la región de Etruria, donde los antiguos agricultores habían abandonado su quehacer, dejándolo en manos de esclavos al servicio de ricos terratenientes. Allí se decidió a revertir la situación cuanto tuviera una oportunidad.

Tribuno de la Plebe y su Lex Sempronia.

En el año 134 a. C.  Tiberio Sempronio Graco es elegido Tribuno de la Plebe. Por lo que se decide a intentar sacar hacia delante su reforma agraria, basada en antiguas leyes romanas que habían sido redactadas por algunos de sus antecesores en el puesto. La Lex Sempronia fue presentada a finales de ese año a votación en el tribunado de la Plebe. Partía para su aprobación con ciertas ventajas, a sabiendas que algunos de sus máximos rivales en la capital, como Escipión Emiliano, se encontraban luchando en Hispania.

Aun así, de primeras no consiguió sacarla hacia delante.  Ya que se encontró con el veto de Marco Octavio, uno de los tribunos al servicio de los optimates. Tiberio lo acusó de ir contra los propios intereses de la Plebe, aquella que había prometido defender. No parece que le costará conseguir que lo apartaran del puesto, colocando en su lugar a un hombre de su confianza, Quino Mummio. Ahora ya sí, la ley fue aprobada y el Senado no tuvo más remedio que ratificarla.

Lo firmado obligaba a los ricos terratenientes a devolver las tierras conseguidas de forma indebida, como por ejemplo con las conquistas. Así como a limitar la extensión de las grandes explotaciones, con el fin de evitar la acumulación de los territorios agrícolas en manos de unos pocos. Las tierras sobrantes irían a parar a manos de los pobres, como un intento de mitigar las penurias de estos. Otro de los aspectos que destaca en la Lex Sempronia son los nuevos artículos destinados al reparto de los territorios conquistados por la República, que en adelante iban a ser repartidos entre los ciudadanos, incluidos los itálicos. En este punto, se observa la intención de Tiberio de justificar la concesión de ciudadanía romana, a los habitantes de los territorios de la Península Itálica. No pudo ser, la reacción de los optimates no se hizo esperar.

Cornelia la Africana, junto a sus hijos. El mayor Tiberio, el pequeño Cayo.
Cornelia la Africana, junto a sus hijos. El mayor Tiberio, el pequeño Cayo.

La muerte del mayor de los Graco.

Roma acabó aquellos días por convertirse en un polvorín. Los ricos senadores y los terratenientes hicieron correr la voz, de los problemas, que aquella ley de Tiberio les iba a ocasionar en el futuro.  El pueblo de Roma, según ellos, estaba en peligro, las tierras de toda la vida podían acabar en manos de los ciudadanos de otros pueblos. Frente a estos, la Plebe, ante una oportunidad esperada durante siglos.

Otro hecho, ocurrido a más de 1000 km, echó más leña al fuego. Atalo III, el rey de Pérgamo, murió en ese año 133 a. C., dejando en su testamento que todas sus posesiones, incluidas sus tierras, debían ser para la República de Roma. Según las nuevas leyes de Tiberio Sempronio Graco, las posesiones del rey de Asia Menor debían ser repartidas entre los ciudadanos romanos. La rica aristocracia estaba a punto de perder una gran oportunidad de ampliar sus posesiones. Pero existía una tabla de salvación para ellos, en diciembre se cumplía el mandato de Tiberio, había que colocar alguien afín a los optimates en su puesto.

En frente Tiberio, con escasa ayuda y contra las cuerdas, decide intentar mantenerse en el puesto, con el firme propósito de salvar su recién nacida Lex Sempronio. La prórroga de permanencia para Tiberio debía ser aprobado por el Tribunado de la Plebe. Pero aquel día no parecía ser el mejor para nuestro protagonista. Sus partidarios, mayoritariamente campesinos, se hallaban inmersos en su labor agrícola. Mientras la Plebe de la ciudad de Roma, ya había pasado por caja para recoger los “favores” de los ricos terratenientes optimates.

Fue el líder del Senado romano, un tal Escipión Násica, el que decide dar un paso al frente; al grito de “síganme los que quieran defender nuestras leyes” ocasionó el tumulto que propició el primer golpe en la cabeza a Tiberio Sempronio Graco. Por cierto, golpe de cobardes en la nuca de nuestro protagonista que, tras caer al suelo, fue muerto a golpes y patadas, y posteriormente arrojado al rio Tíber. El Senado no atendió ni siquiera la petición para extraer el cadáver del rio por parte del joven hermano de Tiberio, Cayo Sempronio Graco, que pasó el resto de sus días fielmente decidido a acabar el trabajo comenzado por su hermano.

Mas info:

Historia Antigua II, historia de Roma, Pilar Fernadez y Javier Cabrero, Ed. Uned, 2014

Imágenes:

commons.wikimedia

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