19 marzo, 2024

Nos trasladamos a principios del siglo X, para encontrarnos una Europa sumida en una gran crisis de fe del cristianismo. Una religión, que por otra parte, no para de expandirse geográficamente hacía el norte, hacia el este, y también al sur alcanzando zonas de la Península Ibérica en disputa con el islam. Pero con un problema principal, que le estaba llevando a convertirse en un gigante con los pies de barro.

Todo el territorio tras la caída del Imperio Romano de Occidente, hacía ya cinco siglos, se había fragmentado notablemente, dando lugar a diversos reinos medievales. Las ciudades romanas habían dado paso a pequeñas comunidades, donde la religiosidad inundaba los principales aspectos de la vida diaria, y donde reyes y señores controlaban, además de la iglesia cristiana, el resto de la sociedad medieval, a través sistema político, económico, y social del feudalismo.

Las iglesias habían ocupado toda la geografía, cada comunidad por pequeña que fuese tenía la suya propia, en su mayoría erigidas por la nobleza del lugar para dar salida a las necesidades fervorosas de sus siervos. Al frente de las mismas solían colocar sacerdotes ordinarios, que poco a nada habían demostrado sus cualidades religiosas, sin contar con su escasa preparación y menor educación.

Otro tanto similar ocurría con los monasterios, en este caso pequeñas comunidades religiosas al servicio de reyes y alta nobleza. Eran fundados por estos para el control económico de un determinado espacio geográfico, por lo general zonas de gran fertilidad y por lo tanto con enormes posibilidades para la agricultura y la ganadería. Al frente de los mismos, abades en su mayoría laicos, controlaban la vida social de los cenobios.

Los pecados de la Iglesia cristiana en el siglo X.

Ante dicho panorama, no es difícil imaginar los motivos de la comentada falta de fe de los hombres, y mujeres de finales de la Alta Media. Esta brillaba por su ausencia, se creía principalmente por el temor a las consecuencias de obrar en contra de los designios de Dios. Los sermones religiosos se centraban una y otra vez, en el destino final que esperaba a los fieles sino llevaban una vida religiosa, el diablo y el infierno estaban presentes en las homilías, en la pintura, o en las escenas labradas sobre los muros de las iglesias.

El infierno representado en Santa Fe de Conques.
El infierno representado en Santa Fe de Conques.

La avaricia era uno de los principales pecados. Para salvarse había que acudir a iglesias y monasterios provistos de limosnas que contribuyeran al engrandecimiento de los mismos. De la misma forma, nació el culto a las reliquias sagradas, las batallas eran continuas entre los centros religiosos por adquirir algún resto, u objeto perteneciente a Jesús o a sus discípulos. Los peregrinos acudían en masa a contemplarlos para acercarse a la salvación, de tal forma que iglesias o monasterios fueron adquiriendo cada vez mayor prestigio, que redundaba en el aumento de sus arcas. Los ejemplos de estos centros religiosos son múltiples; Santa Fe de Conques en Francia, San Miguel de Monte Gargano en Italia, o Santiago de Compostela.

Santa Fe de Conques.
Santa Fe de Conques. (clik para conocer nuestra galería de imágenes)

Otro de los mayores pecados era la Simonía. Se conoce como tal, el pecado de comprar cargos eclesiásticos. Ante el poder económico que adquieren las instituciones religiosas, los principales poderes sociales pugnan por adquirir los cargos que daban acceso a ellas. Ser Abad de un monasterio, o Arzobispo de una diócesis, reportaba grandes beneficios económicos. Además, revertidos rápidamente, ya que por ejemplo los arzobispos cobraban por nombrar obispos, estos por nombrar sacerdotes, y el último escalafón se enriquecía por cobrar la administración de los sagrados sacramentos. Ni siquiera los Papas se libraban de la culpa del pecado, las compras de designaciones pontificias estaban a la orden del día, así como el nombramiento de cardenales, incluso niños, para allanar el camino de un personaje a lo más alto de la jerarquía eclesiástica.

El tercer de los pecados al que nos vamos a referir es el Nicolaísmo, es decir la ruptura continua del celibato por parte de los cargos eclesiásticos. Las pruebas del secreto a voces eran numerosas, ya que se instauraron verdaderas dinastías; padres que al morir traspasaban el cargo a los hijos en monasterios, arzobispados, y evidentemente en el Papado. Donde Juan XI; Papa en el año 931, es el ejemplo perfecto de todos los pecados, no tenía más de 20 años al acceder al cargo, y además era hijo del Papa Sergio III.

La “salvadora” Orden de Cluny.

Ante tal panorama los hombres de Dios, que conservaban su fe en el cristianismo deciden dar un paso adelante para acabar con la injerencia del laicismo en la vida religiosa. Ni Papado, ni reyes, ni nobles estaban dispuestos a perder su posición social y económica en pos de la iglesia cristiana. Por lo que el papel de conservar a esta última, alejada de reyes y nobles recae en los monjes de los cenobios de la Alta Edad Media.

El día 11 de septiembre del año 909 se firma la carta fundacional del Monasterio de Cluny, gracias a la aportación territorial de uno de los nobles más religiosos del momento, el Duque de Aquitania Guillermo I. Su intención parecía estar clara; lejos de asignarse la titularidad del mismo y convertirlo en tributario de rey francés, lo dona personalmente al Papado de Roma. Sus cargos superiores, es decir los sucesivos abades, debían ser elegidos por los propios monjes mediante sufragio secreto.

Guillermo I de Aquitania y el Abad Bernón

Su primer abad fue Bernón de Baume, un monje con amplia experiencia en el monacato, y que fue llamado por el propio Guillermo I, para que le ayudará con la instauración del nuevo monasterio. Lejos de crear unas nuevas reglas de convivencia monástica, recuperó la antigua regla benedictina adoptada un siglo antes por San Benito de Aniano. Pobreza, obediencia, penitencia y castidad eran las principales virtudes que debían tener los monjes de Cluny. Que fueron reconocidos desde entonces, gracias a su peculiar forma de vestir con túnicas negras. Pero el pensamiento del Abad Bernón incluía la necesidad que los monjes se fueran convirtiendo en sacerdotes, de tal forma que predicaran por todas las iglesias cluniacenses una nueva religiosidad, basada en valores más cercanos al cristianismo puro.

El anterior punto fue gracias a que el Papa Juan XI concede a Cluny, en el año 931, el privilegio de iniciar una férrea estructura piramidal y llenar Europa de monasterios cluniacenses. El propósito del Papa será evidente; apartar a reyes y nobles de las estructuras religiosas. Reto complicado como veremos a continuación.

Cluny antes de la Revolución Francesa
Cluny antes de la Revolución Francesa

Tras la muerte de Bernón, Odón y Mayolo dirigieron los designios del monasterio hasta las postrimerías del siglo X. Sobre el año 1000 ya existían más de una treintena de monasterios que dependían de Cluny. La nobleza se hace eco del enorme poder económico que comenzaban a atesorar los monasterios y decide convertirse en fieles aliados de la causa cluniacense. Los monasterios de la Orden de Cluny comienzan a recibir a los hijos de poderosos nobles, en busca de una vida espiritual alejada de la violencia medieval, en definitiva, no todos debían dedicarse a la guerra, y dentro de los cenobios les esperaba un entorno de paz y cultura. Este fue el germen de la rápida expansión de la Orden, la nobleza se puso al servicio de la religión, no como con anterioridad.

Solo un siglo después había en Europa unos 1450 monasterios dependientes únicamente de la matriz Cluny, ni reyes, ni Papas, ni nobles ejercían ningún poder sobre ellos. Todos distribuidos por los fértiles valles medievales, situados en las principales vías de comunicación. En ellos miles de monjes se instruían, rezaban y transcribían manuscritos destinados a incrementar la colección de la biblioteca central de Cluny, una de las más grandes de la Edad Media. Las labores del campo eran encomendadas a siervos, colonos y hombres conversos que huían de la violenta vida altomedieval. De las filas de estos monjes llegaron a salir dos Papas, el 159 Urbano II, y su sucesor Pascual II el Papa 160. En definitiva, un panorama perfecto para la vuelta al cristianismo más puro, pero tras dos siglos la comunidad religiosa volvió a cometer los mismos errores.

Los cluniacenses se convirtieron en destacados personajes de la Alta Edad Media. Si bien es cierto que minimizaron las amorales costumbres de la época y consiguieron reformar la vida clerical, no es menos cierto que se dedicaron a participar de las decisiones políticas y militares de los reinos medievales. Sus abades paseaban por los palacios de reyes y nobles en buscar de ejercer su influencia, basada en la religiosidad imperante por el temor de la sociedad al castigo eterno. Las enormes ganancias de sus monasterios iban destinadas a engrandecer la Iglesia de Cluny, la mayor de la época. Era evidente que pronto se comenzaran a olvidar las virtudes iniciales de las congregaciones monásticas. Sin dar respuesta a los defensores del cristianismo, que comenzaron a buscar una nueva entidad que les representara, esta fue la Orden del Cister, que en el siglo XII recogerá el testigo dejado por los cluniacenses.

La Orden del Cluny en la Península Ibérica.

Sin duda la historia de los reinos cristianos de la Península, es un buen ejemplo del gran poder que llegó a atesorar la Orden de Cluny. En los primeros años del siglo XI, el rey de Pamplona Sancho Garcés III, se convierte en el monarca cristiano más importante de la Península. Sus dominios se expandían desde el este de Aragón a Tierras de Campos. En sus relaciones con el Abad de Cluny, Odilón, le muestra su preocupación por la falta de moralidad de la comunidad cristiana. Para mitigarla comienza a permitir a la Orden la construcción de diversos monasterios, o bien el mantenimiento y la ampliación de antiguos cenobios, como el caso de San Juan de la Peña o Irache.  Ambos supusieron la llegada a la Península de la Regla Benedictina, y por ende la protección a los peregrinos que buscaban encontrarse con las reliquias del apóstol Santiago.

Monasterio de Irache en pleno Camino de Santiago
Monasterio de Irache en pleno Camino de Santiago

Pero las acciones del rey pamplonés fueron más allá de permitir la entrada de los cluniacenses, ya que puso a la Península a la altura de los reinos cristianos del resto de Europa. El conflicto con los musulmanes progresivamente paso a ser una cuestión que preocupaba también a los vecinos cristianos del norte. Así como la repoblación de las tierras conquistadas a los árabes, que pasó a dar oportunidad a los franceses de asentarse en el Camino de Santiago, llevando el esplendor económico a la ruta jacobea. Por ella entraron los cluniacenses, los viajeros de gran parte de Europa, la letra carolingia, la política feudal, el arte románico, y el espaldarazo definitivo de la “reconquista cristiana”.

De esta se imbuyó principalmente el rey de León Alfonso VI, tras ser protegido por el Abad de Cluny, Hugo el Grande, en el conflicto son su hermano Sancho II. En aquellos momentos la Orden de Cluny se había convertido en un poder político más de la Península. Los abades de Nájera o Carrión de los Condes ejercían de líderes políticos como representantes de Cluny. De su poder, resta constancia en el nombramiento del primer arzobispo de Toledo tras su conquista en 1085 por el rey de Alfonso VI. El elegido fue el borgoñés Bernardo de Sédirac, que entre sus primeros propósitos estuvo la imposición del rito romano en las iglesias hispanas. Este hecho reportó un grave conflicto interno con los defensores de la tradición y el rito mozárabe que emanaba del recuerdo de los padres de la iglesia visigoda, Isidoro, Leandro o Braulio. Poco pudieron hacer los hispanos para defender su rito. Roma a través de los cluniacenses volvía a tomar el poder religioso de gran parte de Europa.

Sin duda el hispano es el mejor ejemplo, o el más conocido, de la influencia política que llegó a atesorar los “supuestos” salvadores del cristianismo más puro. Qué lejos quedaban a finales del siglo XI, las propuestas morales del Abad Bernón.

Mas info:

La Edad Media siglos V-XII, Julián Donado Vara, Ed. Areces, 2009.

Historia de España de la Edad Media, Cood. Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, Ed. Ariel, 2011.

arteguias.com

6 comentarios en «La Orden de Cluny, los poderosos “hombres de negro” en la Edad Media.»

  1. Gracias José….. tus artículos nos recuerdan el gran pasado que la humanidad ha tenido y dan un bálsamo sobre esta realidad que quiere arrollarnos por lo rápido y poco profundo que muestra que es el paso del hombre en la actualidad…. saludos desde Colombia.

  2. EstimadoJose:
    En este articulo,dejas casi en suspenso porque desaparecio esta orden tan poderosa.. Piensas hacer unaa continuacion? Si es asi,hazla rapido para que haya continuidad y no como ahora en que los articulos que serian una secuela, salen despues de meses cuando ya habiamos olvidado el anterior.Con respecto a este,n oterminas de anotar como y cuando fue la desaparicion de esta orden.Cuales y que fueron de las organizaciones femeninas de Cluny .el habito negro recuerda el de los agustinos,cual es el original y cual es la copia? Existen estudios sobre el paralelismo entre esta orden y la de los jesuitas, porque en sus obras, objetivos y metodologia son casi identicas.

    1. No creo que sea necesaria una continuación. Las ordenes no desaparecen, sino que se acaban transformando. Siendo muy difícil seguir sus pasos, debido a su perdida de importancia histórica.

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