29 marzo, 2024

Roma ha sido la potencia más rutilante de toda la historia de la humanidad. Culturalmente hoy día gran parte del mundo es heredero de aquella pequeña ciudad que se fundó en el año 753 a.C. Todos estamos de acuerdo en que, su expansión por todas las orillas del mar mediterráneo solo fue posible gracias a su extraordinario ejército y los soldados romanos. 

A pesar de ello cuando cogemos un libro de historia romana siguen apareciendo continuamente los mismos nombres. En tiempos de la Republica una continua retahíla de cónsules y senadores. Luego, en época imperial los protagonistas son los emperadores. A lo sumo, entre los grandes nombres se suelen colar algunos soldados romanos, eso sí, solo los que jugaron a ser emperadores, como por ejemplo los altos cargos de la Guardia Pretoriana. El resto, los soldados de los ejércitos romanos hay que rebuscar mucho para encontrarlos.

Soldados romanos en la Columna Trajana, remando al servicio del gran emperador hispano.
Soldados romanos en la Columna Trajana, remando al servicio del gran emperador hispano.

¿Cuántos nombres de soldados romanos conoces?

Guy de la Bédoyère se preguntó a sí mismo una cuestión interesante; ¿Cuántos soldados romanos pudo haber durante toda su historia? La respuesta evidentemente no es nada sencilla, aun así, llegó a interesantes conclusiones que expone en su nuevo ensayo; Gladius. Vivir, luchar y morir en el ejército romano.

El periodo donde el ejército romano tuvo más integrantes fue durante el mandato del emperador africano, Septimio Severo. Contando todas las legiones, las tropas auxiliares, los soldados de la marina romana, y la Guardia Pretoriana, al historiador británico le salen alrededor de unos 490.000 soldados romanos.

Pero hay un dato más interesante. Entre los cuarenta y cincuenta años, dependiendo del estado físico y de la situación bélica del momento, los soldados romanos eran licenciados de sus labores. Evidentemente estos eran los más afortunados, ya que era habitual tanto en las derrotas, como en las victorias, dejar una cantidad ingente de soldados fallecidos en los campos de batalla. Por lo tanto, cada año había que reclutar nuevos soldados. Ese es el dato interesante, y Guy de la Bédoyére nos dice que cada año llegaban de promedio unos 25.000 nuevos legionarios al ejército.

El gran periodo bélico de Roma se inicia a partir del siglo III a. C., y hay que pensar que en el V d. C los ejércitos romanos dejan mucho que desear. Por lo tanto, podríamos redondear unos seis siglos de ejércitos más o menos regulares. Quince millones de soldados romanos. ¿De cuántos conocemos el nombre?

Reclutando soldados romanos.

Pertenecer al ejército romano, al menos en los inicios del periodo imperial, tampoco debía ser un horror. Buenos sueldos, comida y alojamiento costeado por el imperio, jubilación más que digna, viajes pagados a las fronteras del Imperio. Qué te gustaba el calor, podías ir a Siria al medio del desierto, que lo tuyo era más bien el fresquito, el limes germánico con excelentes sombras y bosques.

Según Guy de la Bédoyère, que te admitirán en el ejército tampoco era excesivamente complicado. Los requisitos no eran difíciles de cumplir si tenías aproximadamente entre 17 y 46 años. Por descontado siempre y cuando fueras un hombre, eso de combatir las mujeres era de los pueblos bárbaros. A finales de la Republica y principios del Principado para alistarte tenías que tener la ciudadanía romana y no ser cristiano, es evidente que tras la crisis del siglo III d. C, ya daba igual a quien rezaras y de donde vinieras.

La principal prueba para entrar en el ejército romano era una visión ocular y un leve test de inteligencia. Según Vegecio, en su De re militari, una de las obras más completas sobre el ejército romano, los infantes de la primera cohorte debían de medir como mínimo 1.80. Es evidente que, como los romanos no eran muy altos la exigencia se tuvo que bajar. La revisión ocular era sencilla; buen porte, pecho ancho, brazos musculosos, poca barriga y culo apretado. Permitirme una pequeña ocurrencia, el gran emperador Adriano disfrutaría con el trabajo. Sobre el test de inteligencia era más curioso, se medía la capacidad mental para entender el entrenamiento militar y saber acatar órdenes, se excluía a los que pudieran generar muchas ideas propias, en Roma costó olvidar a Espartaco.

Aun así, en ciertos periodos de la historia de Roma no fue nada sencillo reponer las legiones romanas con soldados. Pongámonos en situación:

Finales del año 9 d. C, principios del 10. Augusto iracundo, tras perder de la mano del amigo Varo nada más y nada menos que tres legiones romanas enteras en Germania. Quince mil hombres que había que reponer de un día para otro. ¿Cuántos habría haciendo cola para alistarse? Pues no debieron ser muchos, ya que el emperador se vio obligado a reclutamientos forzosos. A uno de cada cinco menores de 35 años, y a uno de la cada diez hombres de 35 a 46 años, se les “invitó” a unirse al ejército tras expropiarles sus bienes. Algunos de ellos incluso fueron ejecutados por negarse. No hubo suficientes candidatos y por primera vez se incluyen libertos en el ejército de Roma.

Cenotafio del centurión Marco Celio, unos de los 15.000 soldados perdidos por Varo en Germania.
Cenotafio del centurión Marco Celio, unos de los 15.000 soldados perdidos por Varo en Germania.

Al miedo a perder la vida, algo muy legítimo, debía existir el sentimiento que los soldados del ejército romano eran discriminados por sus superiores. ¿Recuerdan la derrota de Cannas? Año 216 a. C. Aníbal el mejor general de Carthago pone contra las cuerdas a la capital de la Republica. Se calcula que perdieron la vida más de 50.000 soldados romanos, ¡lo que tuvo que ser reponer aquello! Pues bien, el desastre lo dirigió Terencio Varrón, que tras la derrota fue recibido por el Senado con gratitud, por no perder nunca las esperanzas en la victoria de Roma. Cornelio Escipión, con solo 19 años, que en aquella derrota ejercía como tribuno de la Legio II, fue ascendido al mando supremo del ejército romano. No hicieron lo mismo con los soldados, ya que el Senado, pocos meses después, les negó la paga y al que protestó más de la cuenta fue ejecutado.

Por cierto, algunos pensareis, y con razón, que la jugada de Cornelio Escipión le salió bien a Roma. Pero tampoco podemos olvidar que sin el reclutamiento masivo posterior el excelente general no hubiera derrotado a los cartagineses.

Denarios, denarios y más denarios, Roma en bancarrota.

El cine y la televisión nos ha presentado una imagen idílica de las legiones romanas. Una imagen, que a lo mejor no es tan descabellada en la época de mayor esplendor con las conquistas de emperadores como Trajano. Relucientes armaduras, impresionantes capas, lujosos cascos y uniformidad entre los escudos. Pero en general dicha visión distó mucho de la realidad. La espectacular loriga segmentata, necesitaba continuados cuidados, no, no era de acero inoxidable, este es un invento de la edad moderna, se oxidaban continuamente y el legionario constantemente tenía que pulirla y untarla en aceite.

MI amigo Sergio Alejo Gómez. escritor, historiador y recreador romano, con su magnífica loriga segmentata. No dejéis de hacer clic en la imagen para conocerlo un poco mejor
Mi amigo Sergio Alejo Gómez. escritor, historiador y recreador romano, con su magnífica loriga segmentata. No dejéis de hacer clic en la imagen para conocerlo un poco mejor

El que tuviera “posibles” se podía costear personalmente el material, de ahí que los hijos de los ricos terratenientes llegaran al ejército con sus inmaculadas lorigas y sus ostentosas gladius. Era evidentemente la excepción, ya que lo más normal era que todo el material pasara de unos a otros, tras la jubilación o muerte de los soldados en cuestión. Guy de la Bédoyère nos presenta la curiosa historia de un casco romano hallado en las inmediaciones del río Támesis. Lucio Dulcio, soldado al servicio del centurión Marco Valerio Usro, puso el nombre de ambos en el interior de su fantástico casco “Gálico Imperial”, lo relevante es que el nombre de ambos eran los séptimos de una larga lista.

Casco Gálico imperial a la venta en La Casa del Recreador.
Casco Gálico imperial a la venta en La Casa del Recreador.

Había que reciclar, está claro que mantener un descomunal ejército como el romano era el principal expendió de las arcas públicas. Conquistas y más conquistas que generaban un gasto desorbitado; construcción de fuertes, murallas, puentes… Y cómo no.… los sueldos de los soldados.

Las primeras pagas al ejército romano surgieron sobre el año 400 a. C. No eran ni regulares, ni cuantiosas, eran una especie de compensación por los servicios prestados en una contienda u otra. Será a mediados del siglo II a. C. cuando hipotéticamente se convierten en regulares, lo de hipotéticamente viene a colación de que no existen indicios de que cobraran regularmente, algunas cartas de soldados así lo demuestran con diversas quejas sobre dichos cobros.

Pero muere la Republica y llega el Principado. Desde ese momento los soldados ya sabían a quién debían protestar, y sobre todo a quién, más que nadie, le interesaba tener contentos a los soldados. Los emperadores se meten en un callejón sin salida. Mientras hubo conquistas no hubo problema, los buenos emperadores fueron buenos porque contaron con dinero para pagar tropas. Un soldado de Trajano era un hombre feliz, cobraba a tiempo y servía a un gran hombre. Pero todos no eran Trajano.

Un siglo antes, con Augusto, ya tenemos más o menos claro lo que cobraban los soldados. Unos 230 denarios anuales, repartidos en tres pagas al año. Es evidente que los sueldos fueron en aumento. Domiciano a finales de ese siglo, ya tuvo los primeros problemas para pagar, intentó reducir el ejército y pronto se arrepintió. Se tuvo que comer el orgullo subir impuestos y confiscar algunas tierras. Luego llegó Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, y el gran estoico Marco Aurelio, todo viento en popa, el ejército feliz, los emperadores más. Las subidas habían sido progresivas, en poco más de siglo y medio a lo sumo se habían doblado. Algo que no es tan descabellado.

Máximo Décimo Meridio, el más ilustre soldado romano de cuantos nos ha dejado el mundo del cine.
Máximo Décimo Meridio, el más ilustre soldado romano de cuantos nos ha dejado el mundo del cine.

Pero llega Cómodo, y muere sin sucesor claro. El ejército toma el mando. Se empiezan a vender al mejor postor, el soldado romano era como el más pintado, todos nos vamos a donde más no pagan. Tras ganar la guerra Septimio Severo ya pagaba 600 denarios anuales. Su hijo Caracalla tiene que mantener las fidelidades, estas le cuestan 900 denarios anuales. Tras él, Heliogábalo, que mejor olvidar, así hasta que llega Alejandro Severo, un niño que bastante hizo con mantener la dinastía africana. Se lo carga el ejército en la frontera germana, y llega el descomunal Maximino “el Tracio”, las fuentes hablan de más de dos metros y medio de emperador, descomunal también para subir el sueldo a los soldados, “solo” les dobló el sueldo, 1.800 denarios por barba. El Imperio se hunde.

Gladius. Vivir, luchar y morir en el ejército romano.

La historia de Roma, es la propia historia del ejército romano. Una historia que necesitaba ser contada.  Y eso es lo que ha hecho Guy de la Bédoyère en su último ensayo histórico. El autor británico es uno de los historiadores actuales de referencia de la historia de Roma. Un periodo sobre el que nos ha ilustrado en sus dos obras precedentes, primero con La Guardia Pretoriana y en segundo término con Domina. En ambos ensayos rebusca en las fuentes clásicas y en los hallazgos arqueológicos para mostrarnos los aspectos más desconocidos de la historia, y aportarnos su visión crítica de un periodo trascendental para la historia de la humanidad.

En Gladius ha decidido contarnos la vida de los legionarios de Roma. Desde el día que se alistaban, al día que decidían colgar la vieja loriga. Sus entrenamientos, su forma de adquirir recursos, su obsesión por proteger el águila, sus comidas, o donde vivían e incluso con quien. También las detalladas planificaciones de la guerra, su obsesiva superstición y su desmedida religiosidad. Y sin olvidar las variopintas profesiones que ejercían desde el ejército; poetas, arquitectos, recaudadores de impuestos, historiadores, ingenieros, y por su puesto albañiles.

Una vida de alegrías y penas compartidas, en las grandes victorias y en las sonadas derrotas, contra poderosos enemigos, y tanto por tierra como por mar. Pero también en la lucha de legionarios contra legionarios, esa es la parte más triste de la historia de Roma, junto a las múltiples ocasiones en que tuvieron que castigar a la propia población. Ahí es donde se hace grande la narración de Guy de la Bédoyère, convirtiendo a los soldados de Roma en personas, con cara y sobre todo con nombre, ese nombre que olvidan las otras historias de Roma.

Gladius en Historioteca
Gladius en Historioteca

3 comentarios en «Gladius. La historia de los olvidados soldados romanos.»

  1. Al final de la República y comienzo del Principado mal se podía exigir no ser cristiano para alistarse en el ejército, pues el cristianismo no había nacido.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies
A %d blogueros les gusta esto: