28 marzo, 2024

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El monasterio de San Pedro el Viejo, que está situado en el casco histórico de la ciudad de Huesca, pasa por ser una de las construcciones románicas mejor conservadas de España. Además de ser la morada eterna de uno de los reyes más destacados de la reconquista cristina, Alfonso I el Batallador.

Breve historia de San Pedro el Viejo.

En el año 1096 las tropas cristianas dirigidas por el rey Pedro I de Aragón, con la inestimable ayuda del mítico personaje de San Jorge, expulsan de la ciudad de Huesca a los árabes. Estos últimos dirigidos por el rey de la taifa de Zaragoza, Al-Mustain II y con la ayuda de Castilla, no consiguen retener el impulso de los aragoneses tras meses de asedio de la ciudad.

De esta forma Huesca se convirtió en la primera gran ciudad cristiana del nuevo Reino de Aragón. A su llegada los nuevos dirigentes de la ciudad recuperaron el único templo cristiano que se había mantenido en territorio musulmán. Concretamente una pequeña iglesia mozárabe, de la cual, en la actualidad todavía queda algunas estancias como veremos a continuación. Es preciso recordar que esta última estaba construida sobre restos visigodos, además estos a su vez, sobre restos romanos. Es uno de los mejores ejemplos de superposición de cultos.

Pues bien, esto es lo mismo que hicieron los nuevos inquilinos de San Pedro el Viejo. Tras donar el edificio a un monasterio francés, estos decidieron convertirlo en un monasterio benedictino, del cual podemos disfrutar en la actualidad.

La iglesia de San Pedro el Viejo.

Desde la plaza de San Pedro en Huesca y antes de entrar, ya encontramos un par de detalles que llaman la atención. En primer lugar la puerta principal, no excesivamente grande, rematada con un arco de medio punto con tres arquivoltas, destaca en el tímpano un bello crismón sujetado por dos ángeles.

Justo al lado aparece la torre del campanario, de forma hexagonal y adornada con varios vanos en forma de medio punto. Estos sirven para dar algo de luz a la Capilla de San Ponce que está en su interior.

Tras pagar la correspondiente entrada de 2,5€ entramos en la estancia principal muy bien conservada. Se trata de una pequeña iglesia que podemos denominar de un románico clásico, es decir, tres naves paralelas terminadas en ábsides. Todas tres rematadas con una cubierta de bóvedas de cañón, sujetadas con grandes arcos fajones. Los amantes del arte renacentista también están de enhorabuena, ya que el ábside principal o central aparece tapado mediante un retablo de madera del escultor Juan de Berrueta, de principios del siglo XVII.

Dos detalles de la estancia llaman la atención a los incondicionales del arte románico.  El primero de ellos un curioso ajedrezado de tipo jaques, que remata una de las paredes laterales.  Síntoma del paso de un maestro de la zona de Jaca, que terminó su muro dejando su huella personal, sin tener continuidad en la obra.

El segundo detalle es un pequeño paño que todavía conserva la pintura mural original. Detalle que nos lleva a deducir el enorme colorido que tendría la iglesia a principios del siglo XIII.

El claustro de San Pedro el Viejo.

Saliendo por una de las puertas laterales accedemos al claustro, uno de los espacios favoritos para el que suscribe, de este tipo de construcciones. Qué tendrán los claustros…

El de San Pedro el Viejo es excepcional, se trata de un pequeño cuadrilátero donde destacan sus 38 excelentes capiteles. Además magníficamente conservados, sustentado los arcos de medio punto y transmitiendo la fuerza al basamento a través de dos sencillos pilares.

Los capiteles exhiben diversos temas. Unos con la vida de Jesús y del antiguo testamento, otros contienen las típicas escenas de vicios y pecados,  a modo de enseñanza de lo que no debía hacerse. Por último los conquistadores de Huesca también están representados.  Algo que llama la atención son los enormes ojos que tienen todos los protagonistas de los capiteles.

Destalles sobre la toma de Huesca, donde se aprecia el tamaño de la cabeza y de los ojos.

Finalmente destacar la capilla de San Bartolomé, la estancia comentada que es de la parte mozárabe de la construcción. Dicha estancia fue usada siglos después para albergar los restos de dos de los primeros reyes Reino de Aragón. Los cuales tienen una historia que merece ser conocida.

Alfonso I el Batallador.

Alfonso I nació en el año 1073, su educación para convertirse en rey corrió a cargo de los monjes del monasterio de San Pedro Siresa y fue instruido en las armas en la cercana Jaca, por aquellos tiempos capital del Reino de Aragón.

En el año 1094 acompañaba a su padre, Sancho Ramírez,  durante el asedio a las ciudad de Huesca, donde por cierto este, encontró la muerte. Tras esta le sucedió Pedro I de Aragón, hermano mayor de nuestro protagonista, que conseguirá por fin conquistar la capital oscense, como ha quedado dicho en el año 1096.

Alfonso I del batallador será nombrado rey de Aragón y Navarra en el año 1104, tras la muerte de su hermano. A partir de ese momento se convertirá en uno de los reyes aragoneses más prolíferos en cuanto a tierras conquistadas. Se dice que prácticamente triplicó los territorios del Reino de Aragón, entre sus grandes conquistas destacan Zaragoza (1118) y Calatayud (1120). Tras lo cual se dirigió a los territorios del Al-Andalus, donde convenció a muchos mozárabes incómodos con un rey musulmán a emigrar a tierras aragonesas, con la intención de repoblar sus territorios conquistados.

Pues bien, tras sus grandes logros decide, para algunos incomprensiblemente, donar todos sus bienes a las órdenes militares religiosas. Templarios, Hospitalarios y la Orden del Santo Sepulcro serán la beneficiadas a cambio de seguir luchado contra el infiel y así proseguir la reconquista.

Ramiro II el Monje.

A partir de ese momento, año 1134, entra en escena su hermano Ramiro II el Monje, con dicho sobrenombre es fácil conocer su principal ocupación. Nació trece años después que Alfonso, y dedico toda su vida a la iglesia, primero como monje y llegando con posterioridad a Abad de San Pedro el Viejo e incluso a Obispo de Roda. Desde donde fue llamado por la nobleza aragonesa para convertirse en rey. Era evidente que los nobles no podían permitir que todo el poder fuera a manos de las órdenes militares. Además debieron pensar que sería fácil controlar aquella corona en manos de un servidor de Dios.

Nada más lejos de la realidad, ya que demostró sobradamente que no sería así. En especial durante el episodio de la célebre leyenda de la campana. Tras sentir las mofas sobre su persona, decidió llamar a algunos nobles  para mostrarles la nueva campana de la iglesia. Al llegar lo que encontraron fue el filo del cuchillo, con el que Ramiro el Monje fue degollándoles uno a uno. Evidentemente a partir de aquel momento se ganó el respeto de todos los nobles.

Aunque unos meses después decidió en cierta forma abdicar, a pesar de seguir contando como rey a todos los efectos, el poder paso a su nuevo yerno. Me estoy refiriendo a Ramón Berenguer IV, que se acaba de casar con Petronila la hija de 1  año de edad de Ramiro II el Monje, en definitiva Ramón Berenguer “solo” le llevaba 24 años.

Ramiro el Monje pasó el resto de sus días en San Pedro el Viejo, tras su muerte en 1157 fue enterrado en la Capilla de San Bartolomé, donde mora en la actualidad en el interior de un sarcófago romano del siglo II. En compañía de su hermano, Alfonso I el Batallador, aquel que no pareció confiar mucho en él, al negarle la sucesión.

2 comentarios en «San Pedro el Viejo, la joya románica donde descansa Alfonso I el Batallador.»

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