29 marzo, 2024

Imagen de Aitana Sánchez-Gijón, interpretando a Julia Mesa durante el rodaje de «el corazón del Imperio». Serie que en breve podremos disfrutar en la plataforma Movistar+

La historia de Roma no está escrita ni protagonizada por mujeres. Hay que rebuscar mucho para encontrar una verdadera protagonista en tiempos de la República, y si bien es cierto que, durante el periodo imperial encontramos mujeres trascendentales para la historia, siempre lo fueron al lado de los hombres. Además, en dos periodos muy concretos, del primero ya hemos hablado hace unos días, las Julio-Claudia, del segundo os hablamos hoy. Las mujeres de los Severos se hicieron bien visibles en la cúpula imperial, en un periodo muy concreto de tres décadas alcanzaron las más altas cotas de poder de toda la historia de Roma, incluso podemos llegar a pensar que mayor que las de sus antecesoras ante nombradas.

Julia Domna.

Septimio Severo llega a Roma en la primavera del año 193, para hacerse con el hueco dejado tras la muerte de Cómodo en el cetro imperial. A principios de ese año dos personajes habían sido impuestos como emperadores por la Guardia Pretoriana, Pertinax y Didio Juliano, ninguno de los dos fue capaz de afianzarse en el poder. Algo que sí que consiguió su nuevo sucesor Septimio Severo, tras cuatro años de guerra civil con Pescenio Níger y Clodio Albino.

Septimio Severo
Septimio Severo

Pero vamos a lo que hoy nos importa. El día que llegó a Roma, junto a él, viajaba su esposa Julia Domna y sus dos hijos, Caracalla tenía 5 años, Geta, el pequeño, uno menos 4 años. Julia Domna había nacido 33 años antes en la ciudad siria de Emesa. Era hija de uno de los grandes potentados de la provincia asiática, Gayo Julio Basiano. Al parecer el matrimonio con Septimio Severo había sido capricho de este último, catorce años mayor que ella, y profundamente supersticioso. El horóscopo de Julia Domna auguraba su matrimonio con un rey.

Según las fuentes era una emperatriz muy culta y conocía la historia de Roma a la perfección. Nada más llegar a la ciudad eterna se puso a trabajar para reverdecer antiguos laureles de las mujeres de la Dinastía Julio-Claudia. Desde la muerte de Nerón, en el año 68, solo dos emperadores eran hijos del anterior. Tito en el año 79, hijo de Vespasiano, duró solo dos años. El segundo fue Cómodo, hijo de Marco Aurelio, muy reciente, y de infausto recuerdo. Si quería que sus hijos heredaran el Imperio había que comenzar a trabajar.

La relación entre Julia Domna y Septimio Severo está teñida de claroscuros. Es difícil adivinar la verdadera relación entre ambos, aunque podamos llegar a pensar en la idoneidad del matrimonio que viajó junto por todo el Imperio.

Julia debía ser respetada como una gran emperatriz, uno de los primeros títulos concedidos por su esposo fue el de “mater castrorum”, es decir madre de los ejércitos romanos. Además, el rostro de Julia Domna era asiduo entre las monedas romanas de principios del siglo III, ya fuera sola, son Septimio, o incluso con sus dos hijos. En todas aparecía comparada con grandes diosas romanas, como Ceres, Juno o Vesta.

Julia Domna
Julia Domna

Pero hay un aspecto nos pude hacer dudar de esa hipotética excelente relación. Septimio Severo confiaba más en el Prefecto del Pretorio, Plauciano, que en su esposa. Las disputas entre el pretoriano y la emperatriz eran constantes, y al parecer Septimio solía contentar más al primero. Julia Domna se fue apartado de las decisiones de poder, al mismo tiempo que se iba convirtiendo en una gran filosofa al lado de diversos profesores sofistas. Una muestra más de la buena relación entre pretoriano y emperador es la boda de Caracalla con Fulvia Plaucila, hija del Prefecto del Pretorio, en el año 202.

Aunque solo tres años después Plauciano intenta derrocar a Septimio Severo urdiendo un complot. Un punto de la historia realmente extraño, ya que su hija había sido ya nombrada co-emperatriz, ¿Quién puede entender la actitud del pretoriano? Por otro lado; ¿tenía algo que ver Julia Domna en todo esto? Pues no lo sabemos. Lo cierto es que de un plumazo la emperatriz siria se quitó de en medio a dos rivales, el padre ejecutado y la hija desterrada por su marido a Sicilia.

En el año 208, Septimio Severo inicia el que a la postre sería su último viaje. Su esposa va con él. El lugar el norte de Britania, la actual ciudad de York, desde donde pretendía por fin conquistar las actuales tierras escocesas. No lo consiguió, y agotado por las continuas batallas falleció en el año 211. Comienza el protagonismo de Julia Domna.

Caracalla y Geta son elegidos emperadores tras la muerte de su padre. Hasta aquí bien, ya había sucedido con anterioridad con Marco Aurelio y Lucio Vero y no había ido tan mal. El problema era con los dos hermanos no se aguantaban el uno al otro. Julia Domna tenía que enfrentarse a un huracán. Los hermanos deciden entre ellos partirse el Imperio. Lo que dice Herodiano de este momento hay que cogerlo con alfileres, ya que la historiografía se divide entre los que lo vilipendian al historiador romano y los que lo creen sin reservas. Según él, Julia Domna se interpuso entre los hijos; ¿Me partirían por la mitad, para tenerme los dos? La respuesta fue evidente, Julia Domna salvó el Imperio. Pero aquello no podía funcionar durante mucho tiempo.

De Geta, el hijo pequeño de Julia y Septimio conocemos bien poco. Es inevitable que tras una muerte así, tan joven, solo 22 años, nos asalte el ímpetu de colocarle la etiqueta de “bueno”, recurriendo a la manida forma de calificar a los personajes históricos con la dualidad de buenos y malos. Lo único cierto es que, a finales del año 211, Geta muere sobre los brazos de su madre.

La familia Severo, Julia, Septimio y Caracalla. La cabeza borrada es de Geta.
La familia Severo, Julia, Septimio y Caracalla. La cabeza borrada es de Geta.

La muerte de Geta no hizo cambiar los planes de Julia Domna, a lo mejor incluso los facilitó. Ya no debía ejercer de árbitra, sino que simplemente debía convertirse en la principal consejera de Caracalla. A eso se dedicó durante el corto reinado de su hijo, seis años se pasó el nuevo emperador en un ir y venir a las fronteras del Imperio. Mientras, su madre acumulaba títulos por todos los lados, madre de emperadores, madre del senado y madre de la nación, y se convertía en la dueña de los hilos que manejaban la política en Roma.

Pero solo hace falta ver el busto de Caracalla para pensar que aquella situación tampoco se iba a extender en el tiempo. Pocos emperadores aparecen perpetuados de tal guisa. Por decirlo de una forma elegante, la historiografía lo ha tildado de agrio carácter. Era cuestión de tiempo de que sus soldados acabaran con él. El encargado de preparar su final fue Macrino, el nuevo Prefecto del Pretorio, mientras, el brazo ejecutor fue un tal Julio Marcial.

Busto de Caracalla
Busto de Caracalla

A Julia Domna se le hundió su castillo de naipes. Una mujer podía estar muy capacitada para mover todos los hilos de Roma, ella lo había demostrado durante los últimos años. Pero como vio el Imperio es sus inicios con la familia Julio-Claudia, siempre y cuando esta mujer tuviera un hombre al lado. Macrino, el nuevo emperador nombrado por el ejército, no era ese hombre.

Julia Mesa.

Extrañamente, Macrino mantuvo todos los privilegios que Julia Domna merecía como emperatriz viuda. Es sin lugar a dudas, una muestra del respeto que la ciudad de Roma tenía por aquella mujer. Pero Julia decidió no seguir viviendo. Aquejada de un cáncer de pecho y con el ignominioso recuerdo de su nefasto hijo, se dejó morir de hambre. Aquellos días a su lado, como en los años precedentes, y a la sombra, se mantuvo la figura de su hermana, Julia Mesa. Ahora era su turno.

Busto de Julia Mesa, aunque con reservas al no poner su nombre.
Busto de Julia Mesa, aunque con reservas al no poner su nombre.

Julia Mesa, era la hermana mayor de Julia Domna. Los historiadores la catalogaron como extremadamente práctica y ambiciosa. En el momento de la muerte de la emperatriz romana tenía 58 años, era madre de dos “estupendas” hijas, y abuela de dos “estupendos” nietos. El peligro para su cetro era evidente y Macrino la desprecia y expulsa de Roma. Pero Macrino cometió un grave error, mandarla a Siria cargada de sólidos de oro, amasados pacientemente por Julia durante su larga estancia en el palacio real.

Nada más llegar a Siria pone en marcha la maquinaría de su gran astucia y determinación. ¿Quién era Macrino para investirse de púrpura? ¿Por qué había pactado con los partos aquella irrisoria paz, tras la muerte de Caracalla? Dos preguntas que resonaron en la cabeza de los altos mandos militares de los ejércitos orientales. Lo otro que resonó fue la ingente cantidad de oro que atesora la abuela, Julia Mesa.  Cualquier historia que le hubiera contado aquella mujer hubiera sido creíble, de ahí que cuando les contó que Vario Avito Basiano, al que pronto conoceremos como Heliogábalo, era hijo de Caracalla, todos se pusieran en marcha.

En pocos días aquel extravagante niño de 14 años fue investido emperador por los ejércitos orientales. Semanas después, dichos ejércitos vencieron sin dificultades a las legiones que envió Macrino a detener su avance. Macrino, al que cortaron el cuello, fue víctima de un complot orquestado magníficamente con tres mujeres, Julia Mesa, y sus dos hijas, Julia Mamea y Julia Soemias, esta última madre de Heliogábalo.  No quiero entrar mucho en los detalles sobre el nuevo emperador, pero permitirme esta salida de tono: “era más raro que un perro verde”. Se creía la reencarnación del dios solar sirio, vestía de forma extravagante, y exhibía orgulloso su homosexualidad. Marco Aurelio Antonino, como lo nombraron las tropas de oriente, hubiera tenido los días contados sin el apoyo de su abuela.

Las rosas de Heliogábalo. Obra de Lawrence Alma-Tadema
Las rosas de Heliogábalo. Obra de Lawrence Alma-Tadema

Un año tardó el nuevo emperador en llegar a Roma. Tras los resultados, seguro que los romanos pensaron que mejor no hubiera llegado nunca aquel séquito. Cada uno de los miembros de aquella familia comenzó a trabajar por separado. Julia Mesa tomo el poder de Roma junto a Julia Soemias, con descabellados proyectos para la sociedad romana, como por ejemplo un senado de mujeres paralelo al tradicional. Mientras, el emperador hacía de las suyas. Rompiendo de un plumazo con tradiciones que perduraban en Roma desde hacía muchos siglos, tras desposar a una virgen vestal, Aquilia Severa, con la excusa de poder dar a Roma emperadores divinizados. Roma se echó a temblar.

Heliogábalo era un gran problema, no solo para Roma, sino para el poder que ejercían aquellas tres mujeres en el Imperio Romano. Había que cambiar algo y rápidamente. Afortunadamente les quedaba un niño en la recámara y era hora de exponerlo en público. En cierta forma obligaron a Heliogábalo a adoptar como sucesor a su primo Alexiano, el hijo de Julia Mamea.

El hecho se produjo en el mes de junio del año 221. Pronto, el extravagante emperador Heliogábalo se dio de su error, aquel niño que renombraron como Alejandro Severo, para tener mayor fortuna en la historia, venía para quitarle el puesto. Aquellas tres mujeres se pusieron a proteger al niño como lobas. Junto a ellas, la Guardia Pretoriana se puso al servicio del futuro emperador. Sin olvidar el ingente número de eruditos del saber romano, que debían convertir a Alejandro Severo en un emperador de pies a cabeza.

Alejandro Severo.
Alejandro Severo.

Por cierto, a una de aquellas tres mujeres de poco le sirvió. Julia Soemias fue asesinada, descuartizada, y tirada al rio junto a su hijo Heliogábalo, el emperador más estrafalario de la historia de Roma. La Guardia Pretoriana había hecho el trabajo que mejor sabía hacer, deponer y nombrar emperadores. Julia Mesa era muy consciente de que si quería seguir en el poder debía ser al lado de los pretorianos, por suerte para ella todavía le quedaban unos cuantos sólidos de oro.

Alejandro Severo no había cumplido los 14 años cuando fue nombrado emperador. Julia Mesa se puso a trabajar a marchas forzadas. Restableció el culto romano, se olvidó de inventos de senados de mujeres y se rodeó de la Guardia Pretoriana y de los mejores administrativos del Imperio para sacarlo de la crisis. Julia Mesa fue la única mujer romana en toda la historia escuchada en el Senado Romano. Estaba claro que, durante el reinado de Heliogábalo no se había hecho nada de eso, y Julia Mesa y, su ya única hija Julia Mamea, habían visto bien las orejas al lobo.

Un lobo que había crecido en importancia desmesuradamente en los años anteriores. El ejército romano era de largo el estamento más poderoso del Imperio Romano. Afortunadamente, Alejandro Severo no era Heliogábalo, y fue adquirido dotes de mando progresivamente. Julia Mesa, la gran matrona de la familia Severo, murió de muerte natural en el año 224.

Aun así, el joven emperador supo rodearse para mantenerse casi nueve años más en el poder. Pero los problemas en las fronteras no habían cesado, o incluso aumentado tras el débil reinado de Heliogábalo. Alejandro Severo se puso al frente del ejército, a pesar de lo cual fue asesinado por sus hombres en el año 235, tenía solo 26 años. Alejandro Severo fue el último emperador impuesto desde el mundo civil, desde entonces el ejército se hizo dueño y señor del cetro imperial. Veintiséis emperadores en medio siglo lastraron al Imperio Romano a una crisis social, economía y política sin precedentes en la historia romana.

Lectura recomendada.

Las hermanas Julia Domna y Julia Mesa, las mujeres Severo,  fueron probablemente las dos mujeres más poderosas de la historia de Roma. Mujeres sobre las que apenas escribieron los historiadores romanos. De ahí la gran importancia de los nuevos historiadores, que rebuscando en las fuentes clásicas ponen al día el legado que dejaron, para bien y para mal, al frente de Imperio Romano las mujeres de Roma.

Guy de la Bédoyère con su Domina. Las mujeres que construyeron la Roma Imperial, publicada por Pasado & Presente en 2019. Es una de las mejores fuentes de la actualidad para entender esta parte fundamental de la historia romana.

Domina en Historioteca
Domina en Historioteca

 

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