28 marzo, 2024

El regimiento Alcantara, ilustración de Augusto Ferrer Dalmau.

Este año se cumplen los primeros cien años de uno de los mayores descalabros de la historia militar de España. El conocido como Desastre de Annual llenó las portadas de los periódicos españoles en el verano de 1921. Supuso un punto de inflexión en la historia del siglo XX para nuestro país, que a partir de aquel momento se vio envuelto en una guerra que duró seis años.

Para comprender la magnitud de aquella derrota en el ánimo de todo el país, hay que echar una vista atrás. España venía de uno de los siglos más horrendos de su historia. El siglo XIX finiquitó los restos del poderoso Imperio Español que habían gestado los Austrias, tras la emancipación progresiva de las colonias americanas, que tuvieron como colofón la pérdida en 1898 de la Guerra de Cuba. Pero ese no era el único problema: Europa y el mundo miraban a España como una derrotada.

La muestra de esta visión hacía España la encontramos en la reunión que las principales potencias europeas celebraron entre los años 1884-1885 en Berlín. Allí se hizo un reparto total del continente africano para su explotación comercial. Los principales rivales históricos de España; Francia e Inglaterra fueron los más beneficiados, a nuestro país solo le tocó el yermo territorio del Sahara.

El protectorado sobre el norte de Marruecos.

Con el fin de abordar algunos cambios en las decisiones de Berlín, los principales países europeos se reunieron a principios de 1906, en la localidad gaditana de Algeciras. En el mes de abril comenzaron a llegar las resoluciones, una de ellas firmada por España, Francia, Reino Unido y Alemania acordaba el reparto entre Francia y España de Marruecos. Los franceses al sur y los españoles al norte debían ejercer un protectorado para el control policial del territorio en cuestión.

Todavía tardaría unos años más en hacerse efectivo el mismo, ya que, hasta 1913 los ejércitos españoles no se instalan en el territorio. La primera capital del Protectorado Español en Marruecos se instaló en Tetuán ocupada en febrero de dicho año.

El protectorado tenía unos de 23.000 km2 y vivían en el mismo algo más de medio millón de personas. Tres fueron las regiones a ocupar, la más occidental Yebala, vecina de Ceuta, en el centro Gomara, y finalmente la que daría los grandes problemas a España, el Rif, la más oriental y vecina de la plaza española de Melilla desde 1497.

La lucha por el Rif.

La ocupación del Rif no comenzó hasta 1920. Había pasado toda la Primera Guerra Mundial y España se disponía a un rápido control de la zona militarmente. Para el Gobierno de España era una gran oportunidad de empezar a retomar su puesto en el mundo como potencia imperial. En enero de dicho año llegó a Melilla Manuel Fernández Silvestre, un militar nacido en la Cuba española que, a la postre se convertirá en el principal responsable de la dolorosa derrota. Aunque antes y gracias a la determinación del recién llegado Silvestre las ciudades rifeñas fueron cayendo en cascada.

Todo el año estuvo plagado de éxitos militares. Los periódicos españoles festejaban las victorias, a la misma vez que Europa se curaba de unas heridas de la Gran Guerra, esa que España había eludido. Pero a la misma vez que el pueblo rifeño iba calmando su hambre, tras unos años de malas cosechas, alguien iba moviendo los hilos ocultos de la rebelión. A finales de enero de 1921, Mohamed Abd el Krim fue elegido líder de las tropas irregulares que debían defender el Rif.

Unos días antes, el ejército español con Silvestre a la cabeza había ocupado la localidad de Annual, en la parte central del Rif, su situación era inmejorable para controlar algunos puertos cercanos. En Annual se instaló un puesto de mando avanzado. Desde allí se conquistó Sidi Dris en la costa, que fue la última ciudad conquistada por los españoles en ese fatídico 1921.

Comienza el Desastre de Annual.

A finales de mayo llegan refuerzos desde Melilla. Las noticias no podían ser mejores.  Silvestre decide controlar una montaña desde la cual se podía defender mejor la posición española. Su nombre Abarrán. Esta fue tomada sin dificultades el 1 de junio de 1921 antes del alba. Pero al levantar el día comienzan en todos los montes cercanos a aparecer cabezas de rifeños. Sobre las 11 de la mañana, el grueso de la tropa se retira de Abarrán tras instalar un demasiado improvisado puesto defensivo. En la montaña quedan 250 hombres. A los pocos minutos estaban rodeados por 3000 rifeños. A las 5 de la tarde el puesto era pasto de las llamas. Aun así, nada hacía presagiar los acontecimientos que se cernían sobre el ejército español del norte de África.

Evacuando heridos
Evacuando heridos

A pesar de este primer éxito, el líder rifeño Abd el Krim no las debía tener todas consigo. Tras la victoria de Abarrán escribe una misiva a Manuel Civantos, comandante militar de Alhucemas, para que hable con el General Silvestre, para que este parara aquella incomprensible guerra. Los rifeños estaban dispuestos a aceptar el Protectorado, siempre y cuando este no fuera impuesto, y se pudieran negociar aspectos relativos a las condiciones políticas y económicas el mismo.

La respuesta de Civantos no deja dudas del profundo desprecio de los militares españoles versus al pueblo del Rif, tildándolo de inculto históricamente. El desprecio es un error de los militares españoles, con él no hacían más que sumar adeptos a la causa rifeña. Otro error se sumaría rápidamente, la soberbia. A principios de julio, 8000 soldados españoles son mandados a casa para disfrutar de un permiso. A la misma vez, los mandos del ejército se dejan los restos de sus exiguas pagas en los burdeles y casas de juego de las localidades de Melilla y Nador. Eso ocurría mientras, al otro bando, el líder rifeño recorría las cabilas de las montañas del Rif engrandeciendo día a día el ejército rebelde.

Así llegamos al 16 de julio de 1921. Aquel día las tropas rebeldes del Rif comienzan el asedio a Igueriben. La plaza, como Abarrán, era un monte que favorecía el control geográfico del territorio. Pero algo ha cambiado respecto a la anterior derrota. Igueriben se convierte en un símbolo de la defensa a ultranza de los españoles de las conquistas del Rif.

Campamento de Igueriben
Campamento de Igueriben

Pero también en un símbolo de la inoperancia de los altos mandos ante la prácticamente nula preparación de la guerra. Los asediados durante cinco interminables días no dan su brazo a torcer, a pesar de ver sobrevolar por sus cabezas aviones españoles que ni siquiera lanzan víveres, o ver como en la lejanía columnas de mil hombres se dan la vuelta ante la imposibilidad de llegar a donde están sus compañeros. Sin agua, ni alimentos, ni municiones, solo sobrevivieron 37 de los 244 hombres que defendían Igueriben. Eso en un primer momento, ya que los pocos que huyeron murieron en otras plazas. El Desastre de Annual estaba en marcha.

La retirada se inicia atropelladamente de todas las plazas conquistados por los españoles en el Rif. Todos rumbo a Melilla. Una ciudad que era el símbolo de las primeras conquistas de la dorada época del Imperio Español.

La catástrofe fue tal que, solo un día después de la perdida de Igueriben, murió el máximo exponente del ejército español en el Rif. Efectivamente, el obstinado y soberbio Manuel Fernández Silvestre perdió la vida en el puesto avanzado de Annual el 22 de julio. No se sabe si fue un suicidio o aniquilado por las fuerzas rebeldes. El cadáver nunca se encontró. Unas horas antes de la llegada a Annual de los rifeños, Silvestre mandó a su ayudante rumbo a Melilla con instrucciones precisas. Dirigirse a su despacho y destruir todas las pruebas de las nefastas decisiones, que habían llevado al ejército español al histórico desastre. Una vez hecho el trabajo sucio, debía recoger un sobre con 1032 pesetas junto una carta, para llevárselo todo a su madre Doña Eleuteria.

Manuel Fernández Silvestre
Manuel Fernández Silvestre

Los protagonistas del Desastre de Annual.

Ciertamente, Silvestre es solo uno de los más de 13.000 soldados españoles que perecieron en el Rif en aquel verano de 1921. Muchos de ellos hoy son recordados en sus localidades natales, tras haber colocado su nombre a calles y plazas de toda nuestra geografía.

A ellos precisamente rinde homenaje la nueva obra del historiador melillense afincado en Alicante, Gerardo Muñoz Lorente. El Desastre de Annual. Los españoles que lucharon en África, publicado recientemente por la Editorial Almuzara. Por ella desfilan desde los altos mandos a los jóvenes de reemplazo, verdaderas víctimas de un conflicto que se pudo evitar. En un relato desgarrador, crítico, detallado y excelentemente documentado.

Algunas de las historias son estremecedoras. Como la del teniente murciano Diego Flomesta Moya. Flomesta, tras la muerte de su superior, quedó al mando de los cañones que defendieron la plaza de Abarrán. Algunas fuentes señalan haberlo visto en los instantes previos a la llegada de los rifeños, inutilizando los cañones para dejarlos inservibles para los rebeldes. Otras fuentes van más allá. Una carta de otro teniente, Ernesto Nougués, fallecido en Annual, y dirigida a su familia, señalaba la muerte de Diego Flomesta durante su cautiverio, al que fue sometido por los rebeldes tras su apresamiento con el fin de sacarle información referente al uso de los cañones. Se dejó morir de hambre con tal de no ayudar a los rebeldes. Hoy su nombre está presente en calles de Bullas, su ciudad natal, así como en Murcia, Barcelona y Mérida.

Rifeños con un cañón español.
Rifeños con un cañón español.

Otras de las historias, nos llevaran a reflexionar sobre los sempiternos problemas del ejército español del siglo XX. Como la de Luis Casado Escudero, nacido en Vigo, que fue el único oficial de graduación que sobrevivió en la terrible batalla de la montaña de Igueriben. Fue hecho prisionero con un tiro en pie y permaneció en cautiverio dos años y medio. Fue liberado el 23 de enero de 1923. Unos meses después se inician los trámites para concederle la Cruz Laureada de San Fernando. Finalmente le fue denegada en 1925, tras un informe redactado por un hombre recién llegado a Melilla tras el Desastre de Annual, Francisco Franco. Dicho informe señalaba que las heridas de Luis Casado no revestían gravedad, y, por lo tanto, su apresamiento distaba mucho de poder ser reconocido como un acto heroico.

Luis Casado acabó muriendo el 23 de julio de 1936, es decir, seis días después de oponerse al golpe militar que acabó con la Segunda República Española. La noche anterior a su ejecución mandó la última carta a su familia en la que rezaba un lacónico; “nunca se avergüencen de mi”.

En definitiva, una excelente lectura para conocer los entresijos del ejército español de principios del siglo XX, sus victorias y sus derrotas, y en especial la historia de cientos de hombres que vivieron una de los mayores desastres de la historia de España.

El desastre de Annual en Historioteca.
El desastre de Annual en Historioteca.

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