28 marzo, 2024

Nos trasladamos a la población de Cubières, muy cercana a Carcassona, allí en el año 1280 nació un niño destinado a convertirse en el último perfecto de la doctrina cátara.

En esta pequeña aldea de los pirineos franceses, el recuerdo de la cruzada albigense, con sus miles de muertos incluidos los tristemente célebres  de la toma de Montsegur, seguía vivo en el recuerdo de sus ciudadanos. Así como el triste final de la misma, con la entrega simbólica del castillo de Quéribus, tras la rendición de los occitanos antes el rey de Francia.

El ambiente de resignación se había instalado en la aldea, fuertemente perseguida por los inquisidores de la ciudad de Carcassona, que continuamente llenaban de creyentes cátaros las mazmorras del Muro de la ciudad occitana. Es fácil prever que las primeras enseñanzas de sus padres, Raymond y Lauri, ambos de tradicionales familias cátaras, fue la de protegerse del diablo encarnado en cuatro cuerpos que habitaban la tierra. El primero de ellos y verdadero Satán, el Papa de Roma, a su derecha el rey de Francia, y junto a ellos sus dos esbirros principales, el Obispo de Pamiers y el inquisidor mayor de Carcassona.

Su escondite en las montañas de l’Ariège.

No parece ser que aquellas primeras enseñanzas calaran muy fondo en el joven Guilhem, convertido en pastor y por ende gran conocedor de las montañas occitanas. Ya que el comportamiento libertino de sus primeros años de vida no se pueden considerar el más modélico a la tradición cátara. Pero en 1305 un golpe de efecto cambió para siempre el destino de nuestro personaje, aquel día se vio envuelto en una especie de ajuste de cuentas. Cuatro ganaderos de la zona se decidieron a encerrarlo y darle una paliza, en su defensa Guilhem asió su puñal y mató a uno de ellos. La mala fortuna hizo que fuera un criador de ovejas del mismísimo arzobispo, con lo que el juicio no se preveía muy justo, es decir la sentencia de muerte era segura.

Ante ello Guilhem huyó a las montañas donde conoció el resultado de la misma, impuesto en este caso a su propia familia. Este no era otro que la entrega de todas las tierras de la familia Bélibaste al arzobispo de Narbona, con la evidente ruina de la familia cátara. Ese sería el momento en que Guilhem de Bélibaste decidió convertirse en perfecto cátaro, para emular el trabajo que según sus padres, habían realizado en un pasado cercano los hermanos Authié en la difusión de los preceptos del catarismo.

Durante su periplo por las montañas, fue protegido por diversos actores contrarios al poder ejercido por la Inquisición de Carcassona.  Como por ejemplo el señor feudal que se ocupaba de la fortaleza de Tarascón, Michel d’Alaric, como fiel heredero de los señores medievales que habían protegido a los cátaros, sin ir más lejos en Montsegur durante la cruzada. O bien algunos de los últimos templarios de la fortaleza de Montréal de Sos, donde fue acogido durante un tiempo.

Entre todos enseñaron el camino a Guilhem de Bélibaste hacia la cueva de Lombrives, sin duda una verdadera catedral cátara de principios del siglo XIV. Dicha cueva, hoy día considerada la más grande de toda Europa, supuso un lugar de encuentro secreto para los cátaros occitanos, que además podían presumir de un lugar religioso dos veces más grande que Notre Dame de París, por aquel entonces el orgullo de los católicos franceses.

Cueva de Lombivres

En ella por fin conoció a los hermanos Authié, para convertirse en uno más de sus fieles discípulos. Además allí supuestamente conoció la auténtica biblia del catarismo, el preciado tesoro con el que tres cátaros escaparon de Montsegur, más de medio siglo antes.  Sobre este aspecto existen varias divergencias, lo cierto es que la noche antes de que más de 200 cátaros murieran en el “Campo de los quemados”. Tres individuos saltaron las murallas escapando con un preciado tesoro, para unos el Santo Grial, para la mayoría, la preciada biblia cátara.

En 1309 sufrió su primer encarcelamiento.

Tras convertirse en perfecto, y con la compañía de su tocayo Guilhem Authié, a partir de ese momento  Philippe para ocultar su identidad, se dirigieron a la localidad de Montaillou. En este caso, para pasar desapercibidos los perfectos cátaros debieron cambiar sus clásicas vestiduras negras, por otras de color azul. Así de esta manera podían convivir entre los católicos en las pequeñas poblaciones de Occitania, como la referida Montaillou.  El lugar de destino no fue fruto de la casualidad, allí les esperaba Berenguer de Rocafort que los protegería como antes había hecho con algunos de sus predecesores.

Montaillou con los restos del Castillo Cátaro a la izquierda de la imagen.

A cambio los cátaros recién llegados debían ayudar a mitigar los efectos de la Peste Blanca, que en aquellos momentos estaba haciendo estragos en la pequeña población de unos 200 habitantes. Pero tras unos meses se vieron obligados a huir de nuevo, posiblemente tras ser delatados por la propia esposa de Berenguer de Rocafort, una libertina mujer desairada por la negativa del propio Guilhem de Bélibaste a sucumbir a sus encantos. En dicha huida son apresados por los inquisidores de Carcassona, no sin antes tener la fortuna de encontrarse con un viejo conocido de Cubières, de vital importancia en un futuro cercano.

En la prisión del Muro de Carcassona.

Los perfectos cátaros fueron dirigidos a la prisión situada entre los muros de la ciudad de Carcassona. Algunas fuentes la describen como uno de los lugares más espeluznantes de la Edad Media, dirigida con mano firme por el Inquisidor dominico  Geoffroy d’Ablis. Un lugar donde se cometían los más salvajes crímenes y torturas, por ella pasó desde templarios, hasta judíos o alquimistas y por supuesto un enorme número de cátaros.

Pero la fortuna se volvió a aliar con Guilhem de Bélibaste. Uno de los carceleros le reconoció como perfecto cátaro, y a sabiendas de los poderes curativos de estos, solo unos meses después de su llegada a Carcassona, aquel hombre preparó la escapada de nuestro protagonista. A cambio Guilhem debía curar a su hija.

Ahora sí, tras curar a Gaia la hija de Sebastián el carcelero de Carcassone, y pasar el invierno de nuevo ocultado entre las gentes de Montaillou. Guilhem de Bélibaste y su fiel compañero en los últimos seis años, Philippe, emprendieron el camino hacía la corona de Aragón. Su primer destino la zona de Ampurias, donde llegarían como miembros de un grupo de pastores trashumantes dirigidos por Bertrand,  el viejo conocido de Cubières que reconoció antes de ser apresado.

Guilhem de Bélibaste en el Reino de Aragón.

Al llegar a Torroella de Montgrí, con su nuevo nombre Pierre Penchenier, conoce que sus profundos temores se iban a hacer realidad. Su fiel compañero Philippe decide abandonar el camino, su avanzada edad le pasó factura, incapaz de seguir hasta el destino final que no era otro que la enmienda de Sant Mateu, donde debían ejercer de perfectos cátaros.

Solo y escondiendo su identidad atravesó la actual Cataluña, hallando trabajo y ayuda en las diversas ciudades medievales, como Palau de Plegamans, Montblanc, Tortosa o Miravet. En esta última bajo el castillo que había pertenecido a los templarios, supo de la muerte de su amigo y compañero Philippe, hecho que le acompañara el resto de sus días.

El castillo templario de Miravet

Tras varios meses llegó a Valderrobles donde consiguió trabajo como pastor, algo que sin duda dominaba desde hacía muchos años. A buen seguro participó de las misas cátaras que todavía se celebraban en la cueva de la Magdalena, uno de los últimos refugios cátaros del reino de Aragón. Os dejo un enlace para conocerla mucho mejor: panibericana

Por fin tras una breve estancia en Morella, Guilhem de Bélibaste llegó a su destino. Sant Mateu le recibió con el trasiego de un mercado medieval, pero nada más llegar se sintió como en casa, no en vano uno de cada cuatro habitantes de este pueblo del Reino de Aragón provenía de Occitania. Estos habían hecho el mismo camino que nuestro protagonista con anterioridad, y esperaban con los brazos abiertos, la llegada del nuevo perfecto, que dirigiera una de las últimas comunidades cátaras de los reinos cristianos.

Sant Mateu resultó ser un paradigma de la convivencia entre diferentes comunidades de creyentes, entre ellos judíos, católicos y por supuesto cátaros. En ella trabajando a tiempo parcial entre los telares que producían las telas para la ciudad de Florencia, y su labor dedicada a la comunidad de creyentes, pasó los mejores años de su vida. Pero como se suele decir no todo es eterno.

La calle de los judíos en Sant Mateu

Los problemas empezaron al otro lado de los Pirineos, Jacques Fournier uno de los occitanos más duros contra el catarismo era nombrado en 1317 Obispo de Pamiers.  Desde ese momento relanzó la despiadada caza de los últimos cátaros. Es evidente que debía empezar a ganarse los galones para convertirse en uno de los Papas, del nuevo Papado de Aviñón. Por si fuera poco Sant Mateu se convirtió en una de las sede de  la Orden de la Montesa, al servicio de la Iglesia Católica y de los reyes aragoneses que tan buenos relaciones mantenían con el nuevo Papado instaurado en territorio franco.

Las torturas a los ciudadanos de Sant Mateu no tardaron en llegar, todas ellas en busca que hallar al perfecto cátaro de la comunidad. A ello se le unió la llegada de un occitano de nombre Arnaud Sicre, en su mochila la noticia de que los padres de  Guilhem de Bélibaste estaban próximos a la muerte y necesitaban el “consolamentum” del último perfecto cátaro. Ante tales circunstancias Guilhem se vio en la necesidad de retornar a Occitania, no solo por sus padres, sino para proteger la fe de los últimos creyentes cátaros ante la ira de la Iglesia Católica.

La muerte del último perfecto cátaro.

Pese al temor de lo que le esperaba se puso en manos de aquel extraño. Arnaud Sicre preparó la vuelta a través de la Cerdaña, pero un inesperado giro puso en sobreaviso a Guilhem de Bélibaste. Dicho desvío les llevó a tierra del Alto Urgell en aquellos tiempos bajo los designios del Condado de Foix, fieles a Papado de Aviñón, y a su lugarteniente el Obispo Jacques de Fournier.

Sus temores se fraguaron en la localidad de Tirvia, donde fue entregado por Arnaud Sicre a los soldados del Inquisidor de Carcassona. Tras un breve paso por esta ciudad fue conducido a  Villerouge-Termenés. Donde la mañana del 24 de octubre de 1321,  Guilhem de Bélibaste fue atado al poste levantado en medio de los troncos dispuestos en forma de hoguera. Mientras el verdugo prendía la mecha que acabaría con la vida del último perfecto cátaro una profecía salió de su boca; “siete siglos después de mi muerte renacerá el laurel”.

En 1578, es decir dos siglos y medios después de la muerte del último cátaro, se localizaron en la Cueva de Lombrives los cuerpos de los últimos 510 cátaros, que se refugiaron allí durante la persecución del Obispo Fournier y futuro Papa Benedicto XII. Todo ello a la espera de que se cumplan los siete siglos, para comprobar si la profecía de Guilhem de Bélibaste se hace realidad, por cierto ya nos queda menos, ¿Qué sucederá el próximo 24 de octubre de 2021?

Si os ha gustado os invito a conocer el camino de los cátaros:

http://caminandoporlahistoria.com/cataros/

Mas info:

El último hereje, Jesús Avila Granados, Ed. Circulo Rojo, 2012.

Imágenes:

commons.wikimedia

 

 

1 comentario en «Las aventuras de Guilhem Bélibaste, el último cátaro»

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